El lenguaje va a una con la formación de los primeros grupos: de entrada, la voz y el gesto devienen significantes, bajo el efecto de un impulso directo, y no por convención reflexiva: la naturaleza (
phýsis,
natura) ha impulsado a los humanos a emitir los diversos sonidos de la lengua, y luego la utilidad (
khreía, utilitas) ha asignado los nombres de las cosas. Por otra parte, es lo que ha propuesto la doctrina epicúrea, la tesis original que
Epíkouros opone a
Demókritos y a otros teóricos acerca del comienzo de la sociedad humana. Para
Demókritos, los nombres son formados por acuerdo (indistintamente se los propone
thései y por azar (
týkhei) (fr. B 26): una material vocal, sin significación inicial, y arbitrariamente orientado hacia las designaciones. Se da algo semejante de acuerdo con
Diódoros: los hombres comienzan por “un grito sin significación y sin articulación; pero al articular poco a poco las palabras, han propuesto mutuas convenciones para referir al contendido de cada uno de los objetos que se presentan”, formando “para ellos mismos una expresión inteligible de todas las cosas”. La diversidad de lenguas proviene, en consecuencia, de la dispersión de los primeros grupos, “según cómo se presente al azar” la designación de cada cosa
[2]. No obstante ciertos acercamientos
[3], la diferencia es clara con el epicureísmo. La carta a
Heródotos distingue dos fases, entre tanto
Lucretius y
Diogénes de
Oenoanda insisten en el carácter natural del lenguaje, de acuerdo con lo que
Epíkouros señala inicialmente: “las palabras al comienzo no surgen por convención. Las características propias de los hombres, según cada tribu, al experimentar sentimientos particulares y percibir imágenes particulares, profieren de un modo distinto el aire modulado por cada una de las afecciones y las imágenes, de suerte que en seguida se da la diferencia entre las tribus según los territorios”.
***
El lenguaje es entonces algo relativo, reacción inmediata a las impresiones, de acuerdo con su doble aspecto de representaciones exteriores (
phántasmata) y de consecuentes ansias (
epithymiaí), lo que retoma dos criterios básicos,
aísthesis y
páthos. Luego, tan pronto como la reacción es elaborada, el aire es emitido de cierta forma, articulado ya como “nombre” (
ónoma). Éste no corresponde al grito salvaje, asociado a una emoción, sin mayor elaboración de lo que se presenta
[4].
Al destacar esta oposición,
Diogénes de
Oenoanda emplea
phtóggoi, los “sonidos articulados”, y precisa: “aludo a nombres (
onómata) y oraciones” (
rhêmata), que emitieron primero en voz alta los primitivos hombres surgidos en la tierra” (fr. 10, col. II-III); es lo que corresponde probablemente a “los diversos sonidos articulados de la lengua” en palabras de
Lucretius (V, 1028)
[5]. La capacidad de emitirlos se encuentra presente en el ser humano, lo cual prueba la movilidad de la lengua. De hecho, antes que ella se manifieste en los infantes –quienes aún no hablan-, el deseo de designar se manifiesta por el gesto (V, 1030-1032). Esto, para la doctrina epicúrea, tiene un carácter congénito. Precisamente en este punto, la diferencia entre
Epíkouros y
Demókritos es que el sabio de
Ábdera no atribuye a la sensación sino un carácter de “convención” –
nómos- respecto a la inteligible realidad de los
átomoi.
***
Según
Epíkouros, la sensación –aísthesis- expresa auténticamente una propiedad del objeto percibido en relación a nuestros sentidos, y su repetición, por medio de un proceso natural de uso, nos mueve a designar con un nombre –
ónoma- la noción general. Ahora bien, respecto a la distinción entre surgimiento por naturaleza –
phýsei- o por convención –
thései-, como hizo
Pláton en el
Krátilos, el epicureísmo rechaza una idea, la que sostiene que las palabras son absolutamente apropiadas a la esencia de los seres. De acuerdo con el enfoque epicúreo, un nombre no nace por un ser aislado ni por un recuerdo inscrito en el ser humano, ni por las palabras como tales, ni meramente por un acuerdo
[6].
***
El surgimiento de las lenguas jamás es absoluto, sino relativo.
Epíkouros remarca la particularidad de las experiencias de cada tribu: no hay lenguaje universal, pues en efecto la designación es circunstancial.
En
Lucretius, tras los primeros grupos espontáneamente constituidos para la protección de los niños y las mujeres, fenómeno vinculado con la evolución del lenguaje, el descubrimiento del fuego y las consecuentes técnicas para aprovecharlo, otorgan predominio a algunos individuos superiores en sabiduría, los que fueron denominados “dirigentes”
[11]. Fueron éstos quienes determinarían en primera instancia lo justo (
díkaion). “Ellos comenzaron a fundar ciudades… a repartir rebaños y tierras” en propiedad; posteriormente aparecieron la ambición y la envidia y suscitaron la “muerte del dirigente”. “También los asuntos llegaron al más alto grado de corrupción y de problemas; pues cada uno reclamaba para sí el poder y el rango supremo. A partir de ahí, algunos enseñaron a instituir el derecho y que se aceptara el uso de leyes, a creer en quienes asignarían la adecuada proporción, los jueces. Pues el género humano, cansado de llevar una vida aplastada bajo la violencia, se iba menguando por sus hostilidades. Sólo después de eso, se somete espontáneamente a las leyes y al estricto derecho” (V, 1141-1147). Según
Lucretius, estas dos fases son bien distintas, aunque aquella parte de los grupos que se han vinculado por afecto tenía ya el sentimiento de “lo justo” (
aequum), la piedad por los más débiles, observándose en la mayoría, foedera
[12], los “pactos” de ayuda mutua (V, 1023-1025).
***
Diversos intérpretes están en desacuerdo: algunos asocian, a veces, a
Epíkouros un reconocimiento de derecho (
díkaion) de índole natural, invocando aquella de las
KD (Máxima 31) que inicia la serie sobre lo justo con estas palabras: “to tês physeôs díkaion” (el derecho de la naturaleza)…”; otras veces, esta tesis se apoya sobre la correlación entre comunidad originaria y lenguaje. Desde ese enfoque,
Epíkouros habría remarcado fuertemente la génesis espontánea
[13]. Otros, ligan la institución por convención del derecho a su utilidad (descubierta gradualmente); mientras que Müller relaciona al “principio convencional de la utilidad recíproca”, la instancia inicial de
Lucretius, con un “pacto que exige abstenerse de daño”, el cual se sitúa por encima del círculo cercano (extendiéndose desde la familia a un “prójimo” abstracto
[14])”. El mismo autor reconocía que “para el lenguaje, el principio de la utilidad aparecía ya en el primer nivel, en directa relación con el principio de la naturaleza
[15]”. Ése es el fondo de la cuestión: todo en la naturaleza responde a la “necesidad” (lo que puede traducir la primera utilidad del lenguaje; pues, a su vez, la palabra utilitas traduce
khréos que significa exigencia natural), y en la distinción entre lo que nos es propio (
oikeîon) y lo que es extraño u hostil (
allótrion), lo
oikeîon se aplica a la vez a lo que nos conviene naturalmente (o sea, nos es connatural -
sýmphiton-), y a todo lo que concierne a la casa o al asentamiento –
oikeîos, oîkema-, cada uno de los seres que son parte de ella: familia, cercanos y amigos
[16].
***
Hay una norma base de la comunidad, orientada a la subsistencia de los individuos, un minimum coherente con la búsqueda de seguridad. Ahora bien, ¿qué es lo que motiva a obedecer al “pacto”?
Que los epicúreos de la antigüedad hayan estado divididos en este punto, confirma la dificultad de discernir lo que corresponde espontáneamente a un provecho natural y lo que, por esta misma razón, está establecido por convención. El primer caso prolonga el movimiento de la naturaleza, que no deja sobrevivir sino los seres de acuerdo con su medio
[17] sin que el fin haya sido anticipado; con el segundo, el hombre con plena conciencia decide fijarse como objetivo esa utilidad; entonces el pacto deviene un medio libremente aceptado por un consentimiento racional.
[1] Para Marcel Conche,
Lucrèce et l'expérience, p. 83-84, la alusión a la protección por acuerdo es un aporte propio de
Lucretius.
[2] Cole, p. 33 y 60. El hecho que el lenguaje articulado no sea esencial al hombre se confirma en III, 17, donde
Diódoros habla de trogloditas que profieren gritos y hacen signos con las manos.
[3] De Lacy,
Philodemus, p. 140, sobreestima la importancia de la fase convencional en
Epíkouros. Por otra parte, la mayoría de los comentadores insiste en la diferencia entre
Diódoros y los epicúreos. Así, Dalhmann, Vlastos, Spoerri; cf. Cole, p. 61, n. 3 y 62, n. 6; Müller, Actes, p. 308.
[4] Cole, p. 60, textos paralelos de
Diódoros y de
Vitruvius; también
Cicero,
De re publica, III, 3, en p. 61, n. 2: “las voces sin significación y sin articulación”, poco a poco se distinguen; finalmente “las palabras se emplean como signos de cosas”.
[5] Es posible ligar el texto de
Lucretius y
Horatius (
Saturae, I, 3, 103-104. En ese texto el hombre es descrito mutus, o sea, que no dice palabra, pues básicamente posee el grito, sin lenguaje). Por otra parte,
Lucretius (V, 1059, 1087-1090) aplica muta a los animales, cuyos gritos “varios” no se distinguían de los sonidos de la lengua, según el verso 1028. Y el elemento que permite al hombre designar (
notare) las cosas “por una vocalización diferenciada” se desarrolla más en los versos 1056-1058, que remarcan el inicial privilegio del género humano, en comparación con los animales, al “poseer el vocablo y la lengua para designar las cosas en orden a una sensación diferenciada a la cual se liga una palabra distinta”.
[6]
Pláton parte del orden de las esencias, e intenta exponerlo de manera óptima. Evita entonces quedar atrapado en la dicotomía, y multiplica las etimologías, tanto a favor de la tesis naturalista (que discierne en todo vocablo una especie de onomatopeya imitativa), como de la tesis convencionalista. Después concluye algo en el sentido del amo pitagórico del lenguaje; cf.
Cicero, T., I, 25, 62 (“el primero que logra la mayor sabiduría… impone los nombres a todas las cosas”);
Krátilos, 436 c, y 338 e – 390 c. La convención se arraiga así en la naturaleza, pues la norma regula la experiencia, sin que haya originaria ignorancia; a la inversa de lo que ocurre en la propuesta de
Epíkouros.
[7] Bollack,
La Lettre d’Épicure, p. 238, dice que “lo no manifiesto” define una clase de cosas que se aprehenden por la mente (
diánoia), las que calificaríamos como abstracciones””; cf. Müller,
Actes, p. 309. En cuanto a éstas, puede tratarse de nociones teóricas (vacío, átomos, totalidad, etc.).
[8]
Hermês era tradicionalmente considerado como el padre del
Lógos (
Krátylos, 408 a); corresponde al
Thot egipcio (Cf.
Phaídros, 274 c-e). Diódoros, después de haber descrito la prehistoria, cuando llega a la historia de Egipto, dice que “
Hermês forma la primera lengua exacta y reglada. De él se dijo que a solas encontró apelativos para muchas cosas que no tenían nombre”.
[9] El texto de
Diódoros sobre las técnicas, al concluir “todo fue enseñado por la necesidad” (I, 8, 7), aun sin nombrar a
Demókritos, ha sido agregado a los fragmentos de aquél, en B5, en la re-edición de Diels, completada por Kranz, luego del artículo de Reinhardt. Incluso si la obra de
Diódoros se considerara una especie de mosaico, la atribución es posible, pero el tema de la necesidad –
anánke- está tan difundido que no aparece como algo muy característico. Cf. Spoerri, p. 144.
[10] De la abstinencia de los animales, I, 7: “los que siguen a
Epíkouros, exponen una amplia genealogía…”. Cf. Cole, p. 70, título del c. 5: “the genealogy of Morals (Epicurus)”.
Hérmarkhos no es nombrado sino en el párrafo 26, pero a él se le atribuye en general ese desarrollo.
[11] La noción de “dirigentes” remite al vocablo
basileýs: que dirige; poderoso, preeminente, principal, cabeza, rey, monarca.
[12] Uniones o alianzas.
[13] Cf. Müller, Actes, p. 305-306: R. Philippson afirma el origen natural del derecho, “Die Rechtsphilosophie der Epikureer”, Archiv für Geschichte der Philosophie, 23, 1910, p. 289 sq.; 433 sq., al cotejar también el lenguaje, p. 298. También, J. H. Dahlmann, De philosophorum graecorum sententiis ad loquellae originem pertinentibus, Diss. Leipzig, 1928.
[14]
Actes, p. 312, observaciones contra la cercanía con un fragmento de
Demétrios (Demetrio el Laconiano) (ibid., 309-310): pap. Herculanum 1012, defendiendo el carácter natural del afecto de los padres a los hijos, frente a los que acusan a
Epíkouros de lo contrario. Este texto distingue una tendencia instintiva (la que desempeña un papel en el lenguaje), la coacción natural (dolor), y la utilidad, asociada a la búsqueda de la virtud (de la cual la justicia forma parte). Müller insiste sobre los foedera de
Lucretius, V, 1025, cuya formulación está de acuerdo con las Máximas 31-33 y 35. (Pero la utilidad se mantiene igual, si bien los medios cambian según el nivel de reflexión). Se hallaba también en
Hérmarkhos esta frase: “fase de contrato menos riguroso” (p. 313).
[15] Müller, p. 314, n. 4, refiriendo a los versos 1028-1029 articulando naturaleza (que mueve a emitir sonidos articulados) y utilidad (que lleva a expresar los nombres de las cosas). Cf. V. 1047-1048, sobre la noción de utilidad implícita en nosotros.
[16] En cuanto cada uno es considerado “afín” –
phílos- si obedece a la norma –
nómos- de habitación –
oîkos-.
[17] De nuevo
oikeîon, de donde se derivan los vocablos ecosistema, economía y ecología del español.