Sobre sophía y la importancia de los límites

Posted by Carnets

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La suavitas no es sólo el momento de morir sino el instante en que se ve la muerte sin oírla. De pronto se percibe lo que muere y, no obstante eso, ya no se obedece al pánico que presagia la nada. Se siente la vida al desnudo.

El observar a los mortales agonizar, desde bastante distancia, mediante un temple indiferente, logra curar la jactancia de los hombres. Eso decían los epicúreos al igual que los estoicos, a partir de argumentaciones diametralmente opuestas.

Diogénes advirtió que el filósofo reconoce en la infelicidad el sello característico de la violencia, la marca de la ambición que pretende un más allá de la naturaleza. Por eso escribió el doxógrafo: la naturaleza se extiende a términos modestos, mientras los vanos juicios conducen a un camino ilimitado (das phýsios d’ho ploûtos hóron tinà baiòn epískhei /hai da kenaì krísies tàn apéranton hodón).

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En esa pérdida de los límites radica el extravío de los desmesurados; es decir, de los serviles infelices. Nadie como Epíkouros insistirá en lo siguiente: el ser desgraciado es esclavo de sus ilusiones. La ilusión es siempre una idea humana falsamente ilimitada, una dañina desatención de los naturales límites (pérata), la proyección que difiere lo que se le presenta ya (tò páron edé), a causa de un exceso de aflicción o de expectativa. Los hombres somos capaces de vaciar el tiempo. Urgente es advertir que la felicidad tiene su tiempo, y su única oportunidad es cada instancia presente. El hombre que es presa de fantasmas mantiene el ansia de habitar el futuro. El error se manifiesta cual desvarío del pensamiento respecto a su tiempo. El hombre puede hacer del tiempo algo vano, su vanidad. Blaise Pascal lo confirmó después de siglos: sólo el hombre puede ser miserable (l’homme est le seul à être misérable). Se hace evidente un principio estético entre epicúreos: los hombres que han perturbado su natural sensibilidad (aísthesis) son los únicos infelices. Filosofar es actuar para la felicidad y equivale a cuidar la actividad psíquica, o sea, a observar el criterio de la sensación. Inseparable de la carne, el alma (psykhé) es la frágil fuente de las potencias sensibles. Llamada a dar prueba de su utilidad (khreía), la doctrina naturalista testimonia su eficacia práctica con la salud del alma (tò katà psykhèn hygianón).

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Según los datos que expuso ese notable coleccionista de filosóficas anécdotas que fue Diogénes Laértios, Epíkouros presentó a corta edad una notable tendencia a la investigación de la realidad de modo radical e independiente. Sentía esa necesidad.
Este antiguo terapeuta sostuvo: hay deseos naturales necesarios (tôn epithymiôn hai physikaì kaì anakaîai). El comprender la naturaleza, los términos de sus propiedades (la physiología), sería uno de ellos.
Nunca es demasiado temprano ni tarde para responder a ese deseo de saber. A cualquier edad persiste la necesidad. Tanto el neófito como el viejo están a tiempo para filosofar (hóste philosopophetéon kaì néoi kaì géronti). La philosophía es una actividad cuyo propósito es vivir de modo pleno (makaríos zên).
Una epicúrea exhortación: conocer lo bastante y disfrutarlo sin dilación.


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Estas anécdotas biográficas (sobre todo, del modo en que las expone Diogénes Laértios) suelen tener más atractivo por su intención significativa y su carácter ejemplar –éticamente- que por su dudosa autenticidad. Diogénes es un literato, y, al momento de colectar referencias diversas, un proto-ensayista>.
En este caso la anécdota parece apuntar dos rasgos: la temprana crítica e insatisfacción de Epíkouros hacia la educación tradicional, basada en la lectura y la memorización de textos poéticos, como los de Hesíodos, sin apurar todo el sentido de los mismos y sin que el “maestro de letras” (grammatistés) fuera hasta el sentido último, considerado en este ejemplo como una especialidad de los filósofos de profesión; y, además, su atención a uno de los problemas fundamentales de la física: el origen del universo. Tal vez ya en este punto se alude a la preferencia del joven por la teoría atomista, que daba a la cuestión una respuesta clara (por conjunción: átomos –corpúsculos componentes- y vacío –posiciones-).

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Es curioso el hecho de que Diogénes Laértios, a continuación de la anécdota recién citada, agregue una segunda versión acerca del motivo que decide la vocación filosófica de Epíkouros.
“Y de él dice Hérmippos que se había hecho maestro de escuela (grammatodidáskalon), pero que luego, al dar con los libros de Demókritos, se dedicó a la philosophía.
(Sólo aparentemente se opone ésta a la noticia anterior. Ambas coinciden en destacar un enfrentamiento entre la postura del “maestro de letras” y la del que busca la verdad de las cosas reales, el philósophos.). Se proponen diferentes la literatura y la fisiología o conocimiento de la naturaleza de las cosas.
He ahí la primera y rotunda distinción entre Epíkouros y Lucretius.

Es interesante la sugerencia de que Epíkouros rechazó el oficio de “maestro de letras” (y la noticia no es inverosímil, puesto que su padre parece que lo había sido –el oficio habitualmente se transmitía al descendiente-), y relacionar estas anécdotas personales con el menosprecio del filósofo hacia la paideía tradicional como algo superfluo para la felicidad y para la dedicación al filosofar. (La paideía es una guía para políticos –a niños, para que sirvan a instituciones políticas, o se destaquen por su influencia: una educación en vistas al poder-).

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Recoge Diogénes el siguiente texto (de un epigrama de Athénaios):

“Hombres (ánthropoi), ocupáis las manos en incesante lucha por lo superfluo; entretanto la riqueza de la naturaleza (hò ploûtos tâs phýsios) se extiende a un moderado límite (hóron), los vanos afanes presentan una proyección infinita. Estas palabras transmitió el sabio hijo de Neocles, quizás oídas de las musas (è parà Mouséon), o del sagrado trípode délfico (Pythoûs ex hierôn tripódon).

Esto constará todavía más por sus dogmas y palabras.

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La philosophía es un modo de vida, un cuidado cuyo propósito es vivir de modo pleno (makaríos zên), es decir, seguro (asphalés).

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