Sobre el tiempo, según Epíkouros (1)

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EPICURO: TIEMPO, LÍMITE

El tiempo es, según advierte Epíkouros, una cualidad que debe ser investigada de manera especial. Esta especificidad, sobre la que aquí se llama expresamente la atención, es consecuencia de que el tiempo (khrónos) no puede ser examinado en referencia a las prenociones. Ciertamente no hay una percepción del tiempo, pues este no es una cosa o atributo de cosa, cuyo concepto se desprenda (en relación a nosotros) de la frecuentación de algún enclave empírico. No es posible hacer del tiempo el objeto de nuestra experiencia, pues este es inobjetivable. No cabe, pues, un distanciamiento del tiempo en la experiencia, precisamente porque esta lo supone como condición indispensable. Surge, entonces, la interrogante: ¿Por qué la experiencia supone el tiempo?

Cada vez que se registra alguna cosa, que se ha percibido o notado previamente, se han comparado percepciones y notas, estableciéndose analogías entre ellas. En tal sentido, toda comparación de imágenes supone la determinación de algo que ha acontecido y, la representación de esto, implica un “salirse” o “desengancharse” de lo actualmente presente. Tal capacidad de extasiarse de lo inmediatamente presente a los sentidos es lo que supone por necesidad el tiempo. Por otra parte, toda representación imaginaria implica una determinación temporal. Así, pues, si se dice que algo es, fue o será, se plantea cierta continuidad de la experiencia. Denominaciones como “continuum” y “discontinuum” están basadas en la creencia de que es posible observar regularidad e irregularidad en la secuencia de acontecimientos, y que estos mismos son susceptibles de ser determinados suficientemente. De tal manera, si no podemos desprender una noción del tiempo a partir de nuestra experiencia, se debe a que el tiempo es condición necesaria de toda percepción, sin que sea posible la determinación de alguna imagen sin tiempo. Todo lo que es definido (por comparación con alguna otra cosa que lo determina), es en el tiempo. Este es determinante de toda definición y es esta la que permite la referencia a una pluralidad de naturalezas. El tiempo está presente (como noción determinante) en todo lo que se representa la mente. Por lo tanto, todo lo que se dice que es, se representa con el tiempo, pues este hace posible la determinación que acompaña (en la respectiva representación mental) a toda entidad. Sin embargo, el tiempo mismo es algo que es, puesto que lo percibimos como base de toda calificación y toda modificación. Hemos de pensarlo, así, como condición universal de la experiencia, que se evidencia en y con la experiencia misma.

Por esta condición especial del tiempo como entidad no susceptible de objetivación, es que este es considerado por Epíkouros como indefinible.[1] No es posible dar una definición de algo de lo que no podemos tener una determinación por comparación. Ahora bien, es necesario preguntar con respecto a nuestra representación mental del tiempo, con qué compararlo, si ninguna experiencia puede prescindir de él. De ahí que, según Epíkouros, la mejor ayuda para examinar las características del tiempo sea atender a la manera cotidiana en que hablamos de él, pues las palabras con que usualmente nos referimos a este son el mejor registro de su evidencia.

Distinguimos, por ejemplo, entre “mucho” tiempo y “poco” tiempo, indicando que este permite la determinación cuantitativa, o medida de los cambios. Al respecto, conviene advertir que en cuanto hablamos de cambios, según Epíkouros, lo que se manifiesta es que hay algo que acontece accidental o contingentemente en un cuerpo que permanece siendo representado, de acuerdo a sus rasgos generales y propios, como idéntico. Por lo tanto, al hablar de los accidentes que acontecen en un cuerpo (cada vez como transitorios efectos), indicamos la dualidad propia de todo efecto de superficie. El tiempo, pues, revela accidentes y esto equivale a decir que manifiesta los diferentes y transitorios cambios de posición de los simplísimos elementos de la materia. Simultáneamente se alude al homogéneo movimiento de la materia toda, indefectible y azaroso. Es esto, también, la base de la experiencia: pluralidad de formas y estallidos, sin cesar aconteciendo, en la superficie de la materia inalterable. Por otra parte, tal dualidad es lo que mueve a hablar de duración y eternidad, determinando cuantitativamente el tiempo en que transcurren las cosas, mientras por siempre algo persiste. En tal sentido, la eternidad del universo epicúreo no es una condición supratemporal, sino la infinitud del tiempo a través de la cual permanecen los elementos fundamentales, en tanto ocurren los cambios de aquello que se compone de tales elementos.

[1] Según escribe Cicero ( Cf. De Finibus, I, 7, 22) Epíkouros generalmente evita las definiciones. Ahora bien, al referirse a la imposibilidad de definir el tiempo, está haciendo, claramente, una crítica a los intentos anteriores de definir esta entidad peculiar. Este autor ha tenido, probablemente, a la vista la definición de Pythagóras, que afirma que “el tiempo es la esfera (ciclo) de lo que nos circunda”; la de Pláton, que se refiere al tiempo como “imagen que se sucede incesantemente según un número infinito” (Tímaios, 37d) y la de Aristotéles, para quien el tiempo es “el número del movimiento según lo anterior y lo posterior (Phis., IV, 11, 219 b2).

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