2.4. Carta a Meneceo -Menoikeýs-(en D.L., X, 122-135).
En el colofón de la carta que trata sobre la doctrina ética del epicureísmo, dirigida a su discípulo Meneceo -Menoikeýs-, el maestro exhorta a la observación de los preceptos y a la práctica de la filosofía que promueve la afinidad y la compañía: “Estos consejos, pues, y los que se derivan de ellos medítalos en tu interior día y noche a solas y con alguien afín a ti, y jamás, ni despierto ni en sueños sufrirás perturbación, sino que vivirás como un dios entre los hombres, ya que en nada se asemeja a un mortal el hombre que vive entre bienes inmortales ”.
Así pues, como destaca Oyarzún, el cierre de la epístola contiene una exhortación y una promesa. La primera, que hace eco de la prescripción que fue proferida al comienzo, en el X, 123, al sentar Epíkouros la necesidad de practicar y meditar continuamente los “elementos una vida excelente” (stoikheîa toû kalôs zên), insta nuevamente al destinatario a ejercer en todo momento el hábito de ejercitarse en el cuidado (meletân) —el verbo meletáo tiene precisamente el sentido de la sostenida ocupación en el cuidado providente de lo que pide su naturaleza—, de pensar tales elementos (tà poioûnta tèn eudaimonían), de conformar la vida a ellos en virtud del hábito mismo (synekhôs), que trae a la existencia el tesoro del placer imperturbable (tò méte algeîn mète taráttesthai).
El epicúreo habrá de ponderar estos preceptos en el recogimiento consigo mismo y en compañía, compartiendo con sus afines: la observación (dirigida al filósofo) “vuelto a quien sea semejante a ti” (pròs tòn homoîon seautô) es la única en toda la Carta que puede ser relacionada con la conversación y, en especial, con el concepto de amistad, fundamental en la ética epicúrea. Ella está implicada, según creemos, en la promesa de bienestar con la que termina la carta. De ahí que la frase “zéseis dè hos theòs en anthrópois” expresa el logro superior de la actividad filosófica en la comunidad de amigos. Justamente, la anhelada “seguridad entre los hombres” y el modelo del “ser feliz e imperecedero” coinciden en la preciosa promesa de ventura del epicureísmo, con la cual finaliza la Carta, sellando el pleno sentido que tiene la ausencia de turbación (oudépote… diatakhthése), y anudando esta conclusión con lo dicho a propósito del primer precepto del tetraphármakon (“consideramos que lo divino es lo que perdura imperecedero y feliz” ). Con ello también se insinúa la razón de la importancia que posee la concepción de la divinidad en el epicureísmo .
En este sentido, es perfectamente verosímil considerar al dios (tò theón) como un modelo de vida bienaventurada, sobre todo si observamos que la epicúrea entidad divina ofrece el tipo paradigmático de ataraxía, de perfecta imperturbabilidad, entendida como perfección de la vida que reposa en el placer puro de su plena presencia para sí .
Ahora bien, a pesar de su apariencia paradójica, la afirmación que remata la Carta a Meneceo -Menoikeýs-no constituye un mentís al reconocimiento epicúreo de la insalvable finitud humana. La idea de que el sabio “en nada se parece (outhèn… éoike) a un viviente mortal” ha sido inducida por la afirmación de la semejanza con la existencia divina en que la suya se despliega. Pero, desde luego, esta similitud no refiere, en el hombre, a una composición física incorruptible, sino que liga a la ejemplar bienaventuranza del dios la noble práctica del filósofo -dedicado junto a sus amigos a la sabiduría-, en virtud de su continua y perdurable consagración a la dicha (indicada por la satisfacción y el contento. Es el makários zên, el vivir con plenitud, del filósofo epicúreo).
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on 07 abril 2009
at 6:54
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