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Del hermético Jardín (képos) al llamado universal en pos de la felicidad.
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Ploútarkhos escribió un breve tratado en relación a un lema de los epicúreos: “¿acaso es correcto aconsejar “vive sin llamar la atención” (láthe bíosas)? Él mismo condenó a Epíkouros por su aversión a la política y por los “grandes hombres” que son, según él, presas de la ambición.
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Ploútarkhos escribió un breve tratado en relación a un lema de los epicúreos: “¿acaso es correcto aconsejar “vive sin llamar la atención” (láthe bíosas)? Él mismo condenó a Epíkouros por su aversión a la política y por los “grandes hombres” que son, según él, presas de la ambición.
El moralista habría reconocido, sin embargo, que el filósofo de Sámos pensó que quienes padecen un gran impulso al reconocimiento y a la fama, según lo natural en ellos, podrían hacer bien en dedicarse a los asuntos públicos (De la tranquilidad del alma, 2, 465). Si no lo hicieran así, tal vez se atormentarían aun más por la insatisfacción de esos impulsos.
El apolitismo de la doctrina epicúrea nunca llego a ser anarquía o repudio total. De hecho, hubo entre ellos algunos con vocación y varios amigos pertenecientes a la escuela ocuparon altos cargos (Mitres, Idomeneo).
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El “jardín”, acogiendo un pequeño grupo de hombres capaces de vivir con autárkeia, simboliza el ideal de cerrazón (y consecuente protección), que parece una búsqueda egoísta de tranquilidad, sin preocupación alguna por lo que pasa en el exterior.
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Por su ambiente, los epicúreos adoptaron un aire de “secta”, término –derivado de sectio- que remarca el corte y la particularidad, el apartarse y la independencia de una congregación (de singulares que pretenden el medio más favorable para su autodominio o liberación).
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El testamento del filósofo, de hecho, previó una secuencia de fiestas para que sus amigos conmemoraran tanto su aniversario como el de cada uno de sus más cercanos.
“La habitual reunión de los que filosofan juntos será consagrada a la memoria de nosotros y de Metródoros el día 20 de cada mes”.
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Epíkouros había abolido toda relación de reciprocidad entre dioses y humanos, y su “piedad” (eusébeia) permanece siendo una actitud de recogimiento aislado, a pesar de la participación en las fiestas de la comunidad, cuya significación está profundamente traspasada por la filosofía (piedad –o veneración- y actitud filosófica van a una), puesto que ya nada se pide a los seres (serenos e) inconmovibles, que él admira por su plenitud. Permanece lejos de los patetismos de la masa. Es lo que explica una recomendación del tipo “Cada vez que te encuentres forzado a estar entre la masa, recógete en ti mismo”; esa sentencia, incluida en la obra de Seneca, confirma otra vez la incomprensión entre la masa y el filósofo.
Pero Epíkouros reestablece el vínculo, que caracteriza toda “religión” (mientras que Lucretius caracterizaba a ésta como un candado que nos aprisiona), en sus celebraciones regulares.
¿Era el epicureismo una “nueva religión”?
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Ploútarkhos cuenta con alarma de aquel impulso por parte de Kólotes de arrojarse al suelo para abrazarse a las rodillas de Epíkouros, movimiento al que este último responde diciendo: “Por mi pensamiento, te considero inmortal; considérame, tú también, inmortal”. (Kol., 17, 1117 b-c). Tal respuesta ha dado pistas de por qué en la escuela se empleaba el apelativo “dios” (“divino” o “venerable”). En efecto, ese nombre indicaba una condición: la imagen del amigo permanece plena, recurrente e inolvidable en la mente de su amigo (tal como un dios que se preserva en mente y se venera en acto). Cf. S V 78 (G. V. LXXVIII).
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Cuando Lucretius “lleva hasta el cielo la gloria” de Epíkouros (VI, 8), y lo considera tan digno de ser honrado (o celebrado) como un dios (RN, V, 8 y 19), y más divino en su actitud que los dioses asociados al maíz y al vino, se trata de una amplificación poética de un hábito corriente, el de elogiar a un héroe. En este caso, Lucretius expresa de forma literaria la sensación del amigo que guarda en la memoria la dicha de su amigo (dichoso e inmortal en su mente).
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El epicureismo se entiende poniendo el foco en su concepción especial acerca de la amistad, o sea, de la comunidad de amigos que filosofa, en la que cada uno preserva en la memoria la imagen de sus compañeros queridos (o predilectos), haciendo que pervivan sus amistades (singulares e irrepetibles), tal como si fueran seres plenos e inmortales, mientras él o ella vivan.
Una fe en la actividad serenadora y en la amistad (tales son philía y sophía, justamente).
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[Acaso fue el cristianismo –en cuanto a la fe en dios y en sus “hermanos”- una versión masiva y blanda de la philía-eusébeia (la amistad-piadosa) de los epicúreos (singulares que se congregan para buscar la mayor autonomía y la memoria de afectos inmortales).]
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Ser “epicúreo” es ser un restaurador –epí-kouros- (para sí y para sus compañeros) de la serenidad –a la manera de átomos sensibles y memorables, uno entre varios-.
Epíkouros es, literalmente, un curador (de placeres, afinidades y amistades).
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Es destacable que esa “adoración” (“veneración”, según traducimos habitualmente) es mutua (compartida, colectiva: comunicable y comunicada).
En una época donde se multiplican los cultos, había desde hace siglos varias creencias supersticiosas.
En cuanto a Epíkouros, mucho se había fabulado acerca su vida, sin que alguna leyenda haya desarrollado algo sobre su origen modesto, su sencillez (con abstenciones prolongadas y condición enfermiza).
Una interpretación en pro de Epíkouros de un texto de Cicero: En el tratado de Cicero Sobre la naturaleza de los dioses (De natura deorum) (I, 15, 38), el epicúreo encuentra absurdo confundir (o mezclar) cultus (fomento de la piedad) y luctus (fomento de la mortalidad): los discípulos han mantenido piadosamente el recuerdo de los que lo habían salvado de la angustia (por la muerte que es un “ya no más” que puede ennegrecer la vida).
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La inscripción de Oenoanda es una de las últimas manifestaciones de esta fidelidad (palabra clave para los epicúreos). Sin embargo, ella da lugar a un problema por su apertura (universalista): que el muro público está expuesto a todo el que pasa.
Hasta entonces, se proponía como base: entrar en el jardín y atender al Maestro.
La impronta de Diogénes de Oenoanda.
(Se extiende a todos los hombres la exhortación epicúrea: la amistad hace una ronda (creciente) ante nosotros, testimoniando: la felicidad es posible, viviendo como seres gratos y serenos, dedicados a preservar en la memoria sus motivos de placer y afecto).
En un texto anexo Diogénes de Oenoanda indicó que la inscripción “se dirigía a unos pocos” hombres de ánimo turbado a fin de difundir una doctrina de salvación (como un socorro para ciertos ahogados o ilusos que buscan llegar a puerto), pues era imposible que fuera accesible a la masa, puesto que se ha extendido a la mayoría una especie de epidemia (de terror y miseria). A quien se detenga a leerla, lo interpela. “Hombre”, como si dijera “hermano”. Incluso quiere salvar a quienes aún no están, los que no han nacido, los próximos, “pues también nos competen”, y se presenta como “amigo de los humanos” (philanthrópos) al socorrer (epikourein: ese es el significado del nombre de Epíkouros, el que socorre) incluso a los extranjeros arribados.
Más aun, se preocupa de exponer los “beneficios de la filosofía” a los que se llama “extraños” sin serlo. Pues en otras partes de la tierra es para los otros son los griegos “extranjeros” (afuerinos) y siempre hay otra “patria”.
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on 12 abril 2009
at 7:41
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