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18 Lucrecio desarrolla respecto al amor su perspectiva de romano (Aeneades) cuya engendradora es Venus (I, 1-2), al mismo tiempo que intenta ilustrar poéticamente desde el estudio de la naturaleza el oscuro dolor que padecen los humanos[1]. Comienza hablando, como un hombre[2] –homo- ante una fuerza humana –hominis vis-, del origen natural del éros o amor, y lo asocia al deseo, al emerger la excitación –en el agitarse del semen[3]- en los humanos; cosa más manifiesta una vez que “la edad adulta robustece los miembros”[4]. Sin embargo, antes de que éstos alcancen su máximo vigor en la madurez –adulta aetas-, en quien está en la edad previa a la adultez –adulescens- ya comienza a manifestarse la ingerencia de las propias fantasías de deseo, su génesis y su expresión en el cuerpo, su nacimiento de carácter físico. Así se indica, al tratar de los sueños en los humanos, en: IV, 1030 a 1036:
“Luego, a quienes por primera vez se les introduce en los hervores de la adolescencia el semen, cuando ya la propia edad madura lo ha creado en sus miembros, les acuden de fuera procedentes de cualquier cuerpo simulacros que llevan mensajes de un deslumbrante rostro y de una hermosa tez que estimulándoselos les excitan los lugares hinchados por la abundancia de semen, de modo que a menudo, como cuando se han consumado todos los actos, vierten grandes flujos de líquido y manchan la ropa[5]”.
19 Tal es el final del escrito sobre la continua actividad de la imaginación[6], la sensación y las diversas ensoñaciones, al mismo tiempo que la brillante introducción a la inicial descripción del deseo sexual y al estado de típica excitación adulta, con la cual se da comienzo al texto dedicado específicamente al tratamiento del amor:
“Se agita [en] nosotros este semen al que aludimos antes tan pronto como la edad adulta robustece nuestros miembros. Pues diferente cosa conmueve y estimula a las diferentes cosas; sólo el hechizo humano excita el semen humano del hombre[7]” (IV, 1037-1040).
20 En efecto, cuando Lucrecio expone la imagen primordial de la excitación, dibuja un cuerpo pendiente de fugitivos simulacros. Tal es el encantamiento y la condena de quien es sometido o subordinado por el deseo –libido-. El líquido amoroso -el mismo que la propia naturaleza ha predispuesto- arde y produce inquietud y dolor; el cuerpo yerra en busca de la imagen cautivante y sólo se piensa en perseguir lo fugaz, en dar término a un impulso sin objeto cierto, en expulsar el humor ligado originariamente a la fecundación y convertido erróneamente en un estéril motivo de trastorno y extravío. De ese modo, por ignorar el límite propio en torno al deseo, su fin; se rondan los abismos y tinieblas de ese afán infinito de lo que nunca encuentra un término satisfactorio. Así, en RN, IV, 1041 a 1047:
“…a través de miembros y órganos se expulsa por todo el cuerpo reuniéndose en determinados lugares de los nervios y excita intensamente las partes genitales del cuerpo. Los lugares estimulados se hinchan con el semen y surge el impulso de lanzarlo hacia allá donde dirige con fuerza el feroz deseo, allá donde busca ese cuerpo por el cual la mente es herida de amor[8]”.
___________________________________________________________________________
21 Lo que abruptamente agita al enamorado se resiente como una abierta llaga. Se describe su dolor que irrita, conmueve y pasa a apresar el cuerpo, en el cual entonces se retiene lo que tiende de suyo a expulsarse y surge extendiéndose aquella confusión de imágenes[9]. En suma, el semen excita las partes del cuerpo asociadas a la generación, es decir, los miembros asociados a Venus. Los lugares que son objeto de estímulo de pronto alcanzarían una especie de efecto apremiante (dotándose así de máximo volumen, calor y rigidez). Surge el doloroso afán de arrojar hacia afuera el semen, en vistas al motivo de pasión (cuyo rasgo principal es nunca devenir expedito y siempre mantenerse extrínseco). Lucrecio insiste en que se busca y anhela un incierto agente de crudo deseo. Se trata de un cuerpo que parece zaherir de amor a la mente. Esa herida –saucia- o desgarro –vulnus- es algo de evidente importancia para el gran poeta epicúreo. Se trata de cerrar en cuanto antes y a toda costa esa llaga de vívido dolor, teniendo además en cuenta que siempre los hombres[10] permanecemos vulnerables frente al amor.
22 Las cuestiones eróticas, de acuerdo al análisis inicial de Lucrecio, muestran un aspecto sombrío de la vulnerabilidad humana. Por ese motivo, tal fuente inminente de daños tiende de manera habitual a ser alimentada una y otra vez por las propias fantasías; tendencia que aviva, reanima y reitera aquel cruento dolor de la terrible pasión imposible. Podemos confirmar lo anterior en la poética imagen evocada en RN, IV, 1047 a 1051:
“Pues todos, en general, inclinados están a desgarrarse y salta la sangre hacia allá desde donde el golpe nos hiere, y si se vuelven juntos los cuerpos, el rojo humor alcanza al enemigo[11]”.
23 El enamoramiento a partir de una pasión intensa, pasmosa y exclusiva es también calificado por Lucrecio de gélida inquietud (frigida cura[12]), algo que tensa hasta entumecer y agita hasta el máximo estupor. Esta imagen se asemeja a la anteriormente citada “alma congelada por la nieve” que se atribuye el amante a sí mismo cuando es presa de una pasión que resulta excluyente y demasiado opresiva. Hay pues algo en común entre el tratamiento lucreciano del deseo sexual -de surgimiento repentino e ilusorio- y los versos de Filodemo que delinean a aquel hombre que invoca desesperadamente a Venus (Κύπρι)[13] por la pronta sanación de su dolor y de esa inquietante inacción[14] que lo acompaña.
24 Ahora bien, perder nuestro criterio de orientación, la vívida sensación –αίσθησις- de lo que se presenta –το πάρον ήδή-, y abandonarse a la ilusión y a la vana creencia –κενή δόξα- es lo que el epicureísmo desde su punto de partida se propondrá evitar. En este sentido, los hombres enamorados, víctimas de pasión[15] –πόθος-, son los que Lucrecio pinta como quienes se consumen por una llaga oculta[16], herida que arde invisible y que no deja ver. Hay pues la alusión al antiguo tópico o lugar común que juzga “el amor es ciego”, concibiéndolo así como pasión que nace en la incertidumbre, confunde la realidad, al tiempo que refuerza el error y la engañosa fantasía. Se ama entonces un fantasma[17], una vana sombra sin objeto que se nutre[18] y que no muere. En suma, el súbito encadenamiento a un cuerpo –en exclusiva- es el producto de una oscura perturbación anímica cuya indefectible consecuencia es una insana imaginación que no acepta ver la realidad con sus defectos y sus límites[19].
[1] Lucrecio quiso dar a conocer la obra y el mensaje de Epicuro de Samos y fue el único que se atrevió a poner en latín y en verso la doctrina del maestro, a traducirlo magistralmente, pues además se encontraba estimulado por un peculiar impulso sincero y profundo, y sentía el epicureísmo sobre todo poéticamente. Justificó sus hexámetros y sus recursos estilísticos de retórica y literatura, presentándonos la forma de su obra como “el dulce licor con el que se untan los bordes del vaso para hacer beber a los niños los jugos de la amarga medicina” (I, 933-950, IV 8-25). Por otro lado, en un pasaje que se repite varias veces (I, 146-148, II 59-61, III 91-93, VI 39-41) el poeta pinta el dolor humano bajo una condición de tinieblas y espanto para indicar ese estado mental que los hombres deben hacer desaparecer mediante el esfuerzo de la ciencia. Este estado de espíritu se compara con el de los niños que se agitan en las tinieblas por fantasmas que ellos mismos han creado (II 55-58, III 87-90, VI 35-38).
[2] En su condición de varón y ciudadano romano (Aeneades). El poeta parte del elemento natural básico –homo- para su status cívico.
[3] sollicitatur id [in] nobis.
[4] Robustece los miembros (roborat artus), además conmueve y estimula (commovet atque lacessit) el cuerpo, lo arroja hacia fuera, lo excita (ciet).
[5] RN, IV, 1030-1036: Tum quibus aetatis freta primitus insinuatur / semen ubi ipsa dies membris matura creavit / conveniunt simulacra foris e corpore quoque / nuntia praeclari vultus pulchrique coloris / qui ciet irritans loca turgida semine multo / ut quasi transactis saepe omnibu rebu profundant / fluminis ingentis fluctus vestemque cruentent.
[6] El libro IV del De rerum natura, dedicado a lo que podríamos llamar la psicología epicúrea, hace hincapié justamente en la continua actividad de la imaginación (la que se manifiesta en las ensoñaciones) a partir de los diversos datos percibidos –en el contacto atómico- por los sentidos y la consecuente posibilidad de la mente de representar o proyectar imaginariamente nuevas configuraciones o estructuras fantásticas desde ellos. El material elemental de dicha actividad imaginaria corresponde a los simulacra, palabra con la que Lucrecio traduce los εϊδωλα de Epicuro. Los simulacra (simulacros) son membranas corpóreas conformadas por átomos muy sutiles que se desprenden de las capas superficiales o cortezas de los diferentes cuerpos. Hay pues un efluvio constante de simulacros –como parte del incesante movimiento atómico y de la reposición-recomposición de los átomos que integran la estructura fundamental de los distintos cuerpos compuestos u organismos. Los sentidos captan de continuo simulacros y es a partir de ellos que la mente se representa imágenes que van a permitir el variado uso de su memoria y el variable tono de su satisfacción –de gratitud o ingratitud-. Al respecto, cabe advertir también que los simulacros implican para la mente una carga afectiva, es decir, se asocian a sensaciones y sentimientos. La psicología epicúrea es básicamente una especie de terapia de la capacidad imaginativa, lo que incluye sobre todo un conjunto de dogmas en aras a una imaginación sana.
[7] RN, IV, 1037-1041: Sollicitatur id nobis quod diximus ante / semen adulta aetas cum primum roborat artus / namque alias aliud res commovet atque lacessit / ex homine humanum semen ciet una hominis vis.
[8] RN, IV, 1041 a 1047: quod simul atque suis electum sedibus exit / per membra atque artus decedit corpore toto / in loca conveniens nervorum certa cietque / continuo partis genitalis corporis ipsas / irritata tument loca semine fitque voluntas / eicere id quo se contendit dira libido.
[9] Mezcla de simulacros que perturba, pervierte y pierde a la mente
[10] RN, IV, 1051 a 1057:
“De este modo, pues, el que de dardos de Venus recibe heridas, ya si a él le dispara los tiros un muchacho de miembros femeninos, ya si una mujer que expele amor de todo su cuerpo, allí desde donde se le hiere es hacia donde se dirige y arde en deseos de juntarse y echar en ese cuerpo el líquido brotado de su cuerpo. Pues el oscuro deseo promete placer” (sic igitur Veneris qui telis accipit ictus / sive puer membris muliebribus hunc iaculatur / seu mulier toto iactans e corpore amorem / unde feritur eo tendit gestitque coire / et iacere umorem in corpus de corpore ductum / namque voluptatem praesagit muta cupido).
[11] RN, IV, 1047 a 1051: namque omnes plerumque cadunt in vulnus et illam / emicat in partem sanguis unde icimur ictu / et si comminus est hostem ruber occupat umor.
[12] RN, IV, 1060
[13] Anthologia Palatina, X, 21: Κύπρι γαληναίη, φιλονύμφιε, Κύπρι δικαίον / σύμμαχε, Κύπρι Πόθων μητερ αελλοπόδων, / Κύπρι, τον ήμίσπαστον άπο κροκέων έμε παστων / τον χιόσι ψυχην Κελτίσι νιφόμενον, / Κύπρι, τον ήσύχιόν με τον οϋδενί κοϋφα λαλεϋντα / τον σέο πορφυρέω κλυζόμενον πελάγει, / Κύπρι, φιλομίστειρα, φιλόργιε, σωιζέ με, Κύπρι / Ναϊακους ήδη, δεσπότι, προς λιμένος
[14] Una manera de describir esa inquietante inacción es a partir de la noción de perturbación o confusión mental –la ταραχή de Epicuro-, causa de tenaz irresolución, o sea, algo que invade y pasma al modo de una efectiva parálisis. En ella además se impide la posibilidad de percibir algún estado placentero caracterizado por el movimiento –κινεητική ήδονή-. Tal obstáculo para placeres como la alegría -χάρα-o el regocijo-εϋφροσύνη- parece corresponder justamente a lo que Lucrecio llama frigida cura –gélida preocupación- cuya marca principal es una especie de agitación anímica que resulta pavorosa.
[15] Lucrecio escribe acerca de esos hombres: “…agotan sus fuerzas y perecen de fatiga… pasan la vida bajo la voluntad del otro” (absumunt pereuntque labore… alterius sub nutu degitur aetas), cf. RN, IV, 1121-1122.
[16] tabescunt vulnere caeco (RN, IV, 1120)
[17] RN, IV, 1153-1154: “Pues actúan los hombres por lo general ciegos por la pasión y les atribuyen a ellas aquellas ventajas que en verdad no tienen.” (nam faciunt homines plerumque cupidine caeci / et tribuunt ea quae non sunt his commoda vere).
[18] Justamente en la pasión los simulacros son pabula amoris –los pábulos del amor-, aquello que la alimenta y a lo que toca rehuir. El consejo se funda en la Canónica o gnoseología epicúrea que refiere toda imagen –είδωλον- surgida como proyección imaginaria de la mente –φανταστική έπιβολή τής διανοίας-a la sensación –αίσθησις- que testimonia, en cuanto ésta es vívido y verídico contacto directo. Nuevamente lo que se recomienda es una discriminación respecto a los simulacros. Cf. RN, IV, vv. 1063 a 1067.
La pasión, si no, se amplifica hasta llegar a enseñorearse sobre la mente por ese plus o exceso de fantasía que confunde las sensaciones. Así pues, nos impide ver y actuar conforme a la realidad de las cosas con sus límites naturales (rerum natura).
[19] De eso precisamente es de lo que parece burlarse Lucrecio con respecto a las maneras de expresarse de los amantes en relación a sus objetos de deseo. Se trata de mujeres que se estiman en exclusiva a partir de la fantasía, objetos que se enaltecen y a los que se rinde culto y pleitesía como a ídolos carentes de defectos y de límites. Con cierto humor negro el melancólico poeta latino hace uso del sarcasmo para volver a ciertas prácticas de la elegía helenística. A continuación expongo el texto que destaca esa descarnada alusión. Aparece en RN, IV, 1160-1170:
“La negra es “color miel”, la sucia y hedionda “sencilla”, la de ojos verdes “imagen de Palas”, la nervuda y descarnada “gacela”, la pequeñita y enana “una de las Gracias”, “toda pura sal”, la grandullona y descomunal “asombrosa belleza y llena de majestad”. No puede hablar, tartamuda: “gorjea”; la muda es “vergonzosa”; mas la inflamada y odiosa parlanchina resulta “antorcha ardiente”. “Tierno amorcito” resulta entonces, cuando no puede vivir por la escualidez; “delicada” es la muerta ya realmente de tos [tísica]. En cambio, la gordinflona y tetuda es “Ceres misma después del nacimiento de Iaco”, la chatilla es “Silena” y “Sátira”, la picuda de boca “beso viviente”. Sería largo si intentase decir todo lo demás de esta clase” (nigra melichrus est, inmunda et fetida acosmos / caesia Palladium, nervosa et lignea dorcas/ parvula, pumilio, chariton mia, tota merum sal /magna atque immanis cataplexis plenaque honoris./Balba loqui non quit trauluzi, muta pudens est /At flagrans odiosa loquacula Lampadium fit./Ischnon eromenion tum fit, cum vivere non quit/Prae macie ; rhadine verost siam mortua tussi./At tumida et mammosa Ceres est ipsa ab Iaccho /Simula Silena ac saturast, labeosa philema./Cetera de genere hoc longum est si dicere coner).
Al respecto, se trata de mujeres a las que se pretende y desea con excesiva y cegadora imaginación. Ahora bien, el punto es que la mórbida embriaguez de la pasión permanece invisible muchas veces sólo para aquel que la padece. De esa manera, el poeta latino sostiene que los hombres “se burlan unos de otros y se aconsejan aplacar a Venus, porque los aflige un vergonzoso amor, y no toman en consideración los desdichados sus propios males a menudo mayores” (alios alii irrident Veneremque suadent / ut placent quoniam foedo adflictentur amore / nec sua respiciunt miseri mala maxima saepe). Cf. RN, IV, 1157-1159.
18 Lucrecio desarrolla respecto al amor su perspectiva de romano (Aeneades) cuya engendradora es Venus (I, 1-2), al mismo tiempo que intenta ilustrar poéticamente desde el estudio de la naturaleza el oscuro dolor que padecen los humanos[1]. Comienza hablando, como un hombre[2] –homo- ante una fuerza humana –hominis vis-, del origen natural del éros o amor, y lo asocia al deseo, al emerger la excitación –en el agitarse del semen[3]- en los humanos; cosa más manifiesta una vez que “la edad adulta robustece los miembros”[4]. Sin embargo, antes de que éstos alcancen su máximo vigor en la madurez –adulta aetas-, en quien está en la edad previa a la adultez –adulescens- ya comienza a manifestarse la ingerencia de las propias fantasías de deseo, su génesis y su expresión en el cuerpo, su nacimiento de carácter físico. Así se indica, al tratar de los sueños en los humanos, en: IV, 1030 a 1036:
“Luego, a quienes por primera vez se les introduce en los hervores de la adolescencia el semen, cuando ya la propia edad madura lo ha creado en sus miembros, les acuden de fuera procedentes de cualquier cuerpo simulacros que llevan mensajes de un deslumbrante rostro y de una hermosa tez que estimulándoselos les excitan los lugares hinchados por la abundancia de semen, de modo que a menudo, como cuando se han consumado todos los actos, vierten grandes flujos de líquido y manchan la ropa[5]”.
19 Tal es el final del escrito sobre la continua actividad de la imaginación[6], la sensación y las diversas ensoñaciones, al mismo tiempo que la brillante introducción a la inicial descripción del deseo sexual y al estado de típica excitación adulta, con la cual se da comienzo al texto dedicado específicamente al tratamiento del amor:
“Se agita [en] nosotros este semen al que aludimos antes tan pronto como la edad adulta robustece nuestros miembros. Pues diferente cosa conmueve y estimula a las diferentes cosas; sólo el hechizo humano excita el semen humano del hombre[7]” (IV, 1037-1040).
20 En efecto, cuando Lucrecio expone la imagen primordial de la excitación, dibuja un cuerpo pendiente de fugitivos simulacros. Tal es el encantamiento y la condena de quien es sometido o subordinado por el deseo –libido-. El líquido amoroso -el mismo que la propia naturaleza ha predispuesto- arde y produce inquietud y dolor; el cuerpo yerra en busca de la imagen cautivante y sólo se piensa en perseguir lo fugaz, en dar término a un impulso sin objeto cierto, en expulsar el humor ligado originariamente a la fecundación y convertido erróneamente en un estéril motivo de trastorno y extravío. De ese modo, por ignorar el límite propio en torno al deseo, su fin; se rondan los abismos y tinieblas de ese afán infinito de lo que nunca encuentra un término satisfactorio. Así, en RN, IV, 1041 a 1047:
“…a través de miembros y órganos
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21 Lo que abruptamente agita al enamorado se resiente como una abierta llaga. Se describe su dolor que irrita, conmueve y pasa a apresar el cuerpo, en el cual entonces se retiene lo que tiende de suyo a expulsarse y surge extendiéndose aquella confusión de imágenes[9]. En suma, el semen excita las partes del cuerpo asociadas a la generación, es decir, los miembros asociados a Venus. Los lugares que son objeto de estímulo de pronto alcanzarían una especie de efecto apremiante (dotándose así de máximo volumen, calor y rigidez). Surge el doloroso afán de arrojar hacia afuera el semen, en vistas al motivo de pasión (cuyo rasgo principal es nunca devenir expedito y siempre mantenerse extrínseco). Lucrecio insiste en que se busca y anhela un incierto agente de crudo deseo. Se trata de un cuerpo que parece zaherir de amor a la mente. Esa herida –saucia- o desgarro –vulnus- es algo de evidente importancia para el gran poeta epicúreo. Se trata de cerrar en cuanto antes y a toda costa esa llaga de vívido dolor, teniendo además en cuenta que siempre los hombres[10] permanecemos vulnerables frente al amor.
22 Las cuestiones eróticas, de acuerdo al análisis inicial de Lucrecio, muestran un aspecto sombrío de la vulnerabilidad humana. Por ese motivo, tal fuente inminente de daños tiende de manera habitual a ser alimentada una y otra vez por las propias fantasías; tendencia que aviva, reanima y reitera aquel cruento dolor de la terrible pasión imposible. Podemos confirmar lo anterior en la poética imagen evocada en RN, IV, 1047 a 1051:
“Pues todos, en general, inclinados están a desgarrarse y salta la sangre hacia allá desde donde el golpe nos hiere, y si se vuelven juntos los cuerpos, el rojo humor alcanza al enemigo[11]”.
23 El enamoramiento a partir de una pasión intensa, pasmosa y exclusiva es también calificado por Lucrecio de gélida inquietud (frigida cura[12]), algo que tensa hasta entumecer y agita hasta el máximo estupor. Esta imagen se asemeja a la anteriormente citada “alma congelada por la nieve” que se atribuye el amante a sí mismo cuando es presa de una pasión que resulta excluyente y demasiado opresiva. Hay pues algo en común entre el tratamiento lucreciano del deseo sexual -de surgimiento repentino e ilusorio- y los versos de Filodemo que delinean a aquel hombre que invoca desesperadamente a Venus (Κύπρι)[13] por la pronta sanación de su dolor y de esa inquietante inacción[14] que lo acompaña.
24 Ahora bien, perder nuestro criterio de orientación, la vívida sensación –αίσθησις- de lo que se presenta –το πάρον ήδή-, y abandonarse a la ilusión y a la vana creencia –κενή δόξα- es lo que el epicureísmo desde su punto de partida se propondrá evitar. En este sentido, los hombres enamorados, víctimas de pasión[15] –πόθος-, son los que Lucrecio pinta como quienes se consumen por una llaga oculta[16], herida que arde invisible y que no deja ver. Hay pues la alusión al antiguo tópico o lugar común que juzga “el amor es ciego”, concibiéndolo así como pasión que nace en la incertidumbre, confunde la realidad, al tiempo que refuerza el error y la engañosa fantasía. Se ama entonces un fantasma[17], una vana sombra sin objeto que se nutre[18] y que no muere. En suma, el súbito encadenamiento a un cuerpo –en exclusiva- es el producto de una oscura perturbación anímica cuya indefectible consecuencia es una insana imaginación que no acepta ver la realidad con sus defectos y sus límites[19].
[1] Lucrecio quiso dar a conocer la obra y el mensaje de Epicuro de Samos y fue el único que se atrevió a poner en latín y en verso la doctrina del maestro, a traducirlo magistralmente, pues además se encontraba estimulado por un peculiar impulso sincero y profundo, y sentía el epicureísmo sobre todo poéticamente. Justificó sus hexámetros y sus recursos estilísticos de retórica y literatura, presentándonos la forma de su obra como “el dulce licor con el que se untan los bordes del vaso para hacer beber a los niños los jugos de la amarga medicina” (I, 933-950, IV 8-25). Por otro lado, en un pasaje que se repite varias veces (I, 146-148, II 59-61, III 91-93, VI 39-41) el poeta pinta el dolor humano bajo una condición de tinieblas y espanto para indicar ese estado mental que los hombres deben hacer desaparecer mediante el esfuerzo de la ciencia. Este estado de espíritu se compara con el de los niños que se agitan en las tinieblas por fantasmas que ellos mismos han creado (II 55-58, III 87-90, VI 35-38).
[2] En su condición de varón y ciudadano romano (Aeneades). El poeta parte del elemento natural básico –homo- para su status cívico.
[3]
[4] Robustece los miembros (roborat artus), además conmueve y estimula (commovet atque lacessit) el cuerpo, lo arroja hacia fuera, lo excita (ciet).
[5] RN, IV, 1030-1036: Tum quibus aetatis freta primitus insinuatur / semen ubi ipsa dies membris matura creavit / conveniunt simulacra foris e corpore quoque / nuntia praeclari vultus pulchrique coloris / qui ciet irritans loca turgida semine multo / ut quasi transactis saepe omnibu rebu profundant / fluminis ingentis fluctus vestemque cruentent.
[6] El libro IV del De rerum natura, dedicado a lo que podríamos llamar la psicología epicúrea, hace hincapié justamente en la continua actividad de la imaginación (la que se manifiesta en las ensoñaciones) a partir de los diversos datos percibidos –en el contacto atómico- por los sentidos y la consecuente posibilidad de la mente de representar o proyectar imaginariamente nuevas configuraciones o estructuras fantásticas desde ellos. El material elemental de dicha actividad imaginaria corresponde a los simulacra, palabra con la que Lucrecio traduce los εϊδωλα de Epicuro. Los simulacra (simulacros) son membranas corpóreas conformadas por átomos muy sutiles que se desprenden de las capas superficiales o cortezas de los diferentes cuerpos. Hay pues un efluvio constante de simulacros –como parte del incesante movimiento atómico y de la reposición-recomposición de los átomos que integran la estructura fundamental de los distintos cuerpos compuestos u organismos. Los sentidos captan de continuo simulacros y es a partir de ellos que la mente se representa imágenes que van a permitir el variado uso de su memoria y el variable tono de su satisfacción –de gratitud o ingratitud-. Al respecto, cabe advertir también que los simulacros implican para la mente una carga afectiva, es decir, se asocian a sensaciones y sentimientos. La psicología epicúrea es básicamente una especie de terapia de la capacidad imaginativa, lo que incluye sobre todo un conjunto de dogmas en aras a una imaginación sana.
[7] RN, IV, 1037-1041: Sollicitatur id
[8] RN, IV, 1041 a 1047: quod simul atque suis electum sedibus exit / per membra atque artus decedit corpore toto / in loca conveniens nervorum certa cietque / continuo partis genitalis corporis ipsas / irritata tument loca semine fitque voluntas / eicere id quo se contendit dira libido.
[9] Mezcla de simulacros que perturba, pervierte y pierde a la mente
[10] RN, IV, 1051 a 1057:
“De este modo, pues, el que de dardos de Venus recibe heridas, ya si a él le dispara los tiros un muchacho de miembros femeninos, ya si una mujer que expele amor de todo su cuerpo, allí desde donde se le hiere es hacia donde se dirige y arde en deseos de juntarse y echar en ese cuerpo el líquido brotado de su cuerpo. Pues el oscuro deseo promete placer” (sic igitur Veneris qui telis accipit ictus / sive puer membris muliebribus hunc iaculatur / seu mulier toto iactans e corpore amorem / unde feritur eo tendit gestitque coire / et iacere umorem in corpus de corpore ductum / namque voluptatem praesagit muta cupido).
[11] RN, IV, 1047 a 1051: namque omnes plerumque cadunt in vulnus et illam / emicat in partem sanguis unde icimur ictu / et si comminus est hostem ruber occupat umor.
[12] RN, IV, 1060
[13] Anthologia Palatina, X, 21: Κύπρι γαληναίη, φιλονύμφιε, Κύπρι δικαίον / σύμμαχε, Κύπρι Πόθων μητερ αελλοπόδων, / Κύπρι, τον ήμίσπαστον άπο κροκέων έμε παστων / τον χιόσι ψυχην Κελτίσι νιφόμενον, / Κύπρι, τον ήσύχιόν με τον οϋδενί κοϋφα λαλεϋντα / τον σέο πορφυρέω κλυζόμενον πελάγει, / Κύπρι, φιλομίστειρα, φιλόργιε, σωιζέ με, Κύπρι / Ναϊακους ήδη, δεσπότι, προς λιμένος
[14] Una manera de describir esa inquietante inacción es a partir de la noción de perturbación o confusión mental –la ταραχή de Epicuro-, causa de tenaz irresolución, o sea, algo que invade y pasma al modo de una efectiva parálisis. En ella además se impide la posibilidad de percibir algún estado placentero caracterizado por el movimiento –κινεητική ήδονή-. Tal obstáculo para placeres como la alegría -χάρα-o el regocijo-εϋφροσύνη- parece corresponder justamente a lo que Lucrecio llama frigida cura –gélida preocupación- cuya marca principal es una especie de agitación anímica que resulta pavorosa.
[15] Lucrecio escribe acerca de esos hombres: “…agotan sus fuerzas y perecen de fatiga… pasan la vida bajo la voluntad del otro” (absumunt pereuntque labore… alterius sub nutu degitur aetas), cf. RN, IV, 1121-1122.
[16] tabescunt vulnere caeco (RN, IV, 1120)
[17] RN, IV, 1153-1154: “Pues actúan los hombres por lo general ciegos por la pasión y les atribuyen a ellas aquellas ventajas que en verdad no tienen.” (nam faciunt homines plerumque cupidine caeci / et tribuunt ea quae non sunt his commoda vere).
[18] Justamente en la pasión los simulacros son pabula amoris –los pábulos del amor-, aquello que la alimenta y a lo que toca rehuir. El consejo se funda en la Canónica o gnoseología epicúrea que refiere toda imagen –είδωλον- surgida como proyección imaginaria de la mente –φανταστική έπιβολή τής διανοίας-a la sensación –αίσθησις- que testimonia, en cuanto ésta es vívido y verídico contacto directo. Nuevamente lo que se recomienda es una discriminación respecto a los simulacros. Cf. RN, IV, vv. 1063 a 1067.
La pasión, si no, se amplifica hasta llegar a enseñorearse sobre la mente por ese plus o exceso de fantasía que confunde las sensaciones. Así pues, nos impide ver y actuar conforme a la realidad de las cosas con sus límites naturales (rerum natura).
[19] De eso precisamente es de lo que parece burlarse Lucrecio con respecto a las maneras de expresarse de los amantes en relación a sus objetos de deseo. Se trata de mujeres que se estiman en exclusiva a partir de la fantasía, objetos que se enaltecen y a los que se rinde culto y pleitesía como a ídolos carentes de defectos y de límites. Con cierto humor negro el melancólico poeta latino hace uso del sarcasmo para volver a ciertas prácticas de la elegía helenística. A continuación expongo el texto que destaca esa descarnada alusión. Aparece en RN, IV, 1160-1170:
“La negra es “color miel”, la sucia y hedionda “sencilla”, la de ojos verdes “imagen de Palas”, la nervuda y descarnada “gacela”, la pequeñita y enana “una de las Gracias”, “toda pura sal”, la grandullona y descomunal “asombrosa belleza y llena de majestad”. No puede hablar, tartamuda: “gorjea”; la muda es “vergonzosa”; mas la inflamada y odiosa parlanchina resulta “antorcha ardiente”. “Tierno amorcito” resulta entonces, cuando no puede vivir por la escualidez; “delicada” es la muerta ya realmente de tos [tísica]. En cambio, la gordinflona y tetuda es “Ceres misma después del nacimiento de Iaco”, la chatilla es “Silena” y “Sátira”, la picuda de boca “beso viviente”. Sería largo si intentase decir todo lo demás de esta clase” (nigra melichrus est, inmunda et fetida acosmos / caesia Palladium, nervosa et lignea dorcas/ parvula, pumilio, chariton mia, tota merum sal /magna atque immanis cataplexis plenaque honoris./Balba loqui non quit trauluzi, muta pudens est /At flagrans odiosa loquacula Lampadium fit./Ischnon eromenion tum fit, cum vivere non quit/Prae macie ; rhadine verost siam mortua tussi./At tumida et mammosa Ceres est ipsa ab Iaccho /Simula Silena ac saturast, labeosa philema./Cetera de genere hoc longum est si dicere coner).
Al respecto, se trata de mujeres a las que se pretende y desea con excesiva y cegadora imaginación. Ahora bien, el punto es que la mórbida embriaguez de la pasión permanece invisible muchas veces sólo para aquel que la padece. De esa manera, el poeta latino sostiene que los hombres “se burlan unos de otros y se aconsejan aplacar a Venus, porque los aflige un vergonzoso amor, y no toman en consideración los desdichados sus propios males a menudo mayores” (alios alii irrident Veneremque suadent / ut placent quoniam foedo adflictentur amore / nec sua respiciunt miseri mala maxima saepe). Cf. RN, IV, 1157-1159.
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on 26 abril 2009
at 18:26
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