Distinción de una erótica epicúrea (II)

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8 Resumidamente, Epicuro quiere preservar a sus discípulos de todo exceso, lo cual exige discernir la medida natural –el límite- atingente a cada objeto. En cuanto a lo erótico, tendió entonces la doctrina filosófica epicúrea a examinar el origen, las imágenes típicas (o prototípicas), los efectos, las especies[1] y el fin que resultan propios del amor. Así pues, desde un primer momento, Epicuro consideró a éste como un fenómeno que ocurre entre los animales y no lo trató como algo de origen divino (justamente porque implica pretensiones ajenas a la correcta definición de la divinidad (το θεόν)[2]). Hay en tal marco una φυσιολογία del amor e incluye aspectos diferentes: una causa física[3] –con su regla general y sus casos excepcionales-, unos efectos psíquicos y una correlativa ética[4]. Por esto, el concepto del amor como “apetito intenso de placeres sexuales con furor y tormento”[5] ligado posteriormente al epicureísmo se refiere sólo parcialmente a lo descrito en esta materia por la doctrina. Se trata de una de las observaciones que se remarcó más comúnmente. De ahí que Filodemo y Lucrecio insistieran en los posibles efectos perniciosos del amor, como veremos más adelante. El punto es que al epicureísmo no le pareció adecuado que el hombre sensato sufriera abusivamente los embates del amor. Tal cosa entorpecería la pretendida αταραξία (ausencia de perturbación), efecto que acompaña a la obtención del sumo placer (ήδονή), fin de todo el comportamiento de los animales. Se recomendará, por tanto, el rechazo a la sobremedida de lo erótico, pues genera dolor en el cuerpo e impide la serenidad del alma. Básicamente se exhorta a conocer la dimensión erótica para no ser presa de ella.

9 Ahora bien, en nuestra siguiente revisión del modo en que es concebido el amor nos referimos, en especial, a una doctrina filosófica, por lo que corresponde examinar las tesis principales y la coherencia lograda por el planteamiento epicúreo en relación a la erótica. En este punto, resulta relevante la discriminación y ordenación de las fuentes, además del adecuado cotejo entre los textos originales que han llegado a sernos transmitidos. Entre ellos se incluyen: unos pocos fragmentos de Epicuro de Samos y de Filodemo de Gádara, un par de epigramas de éste y un texto más desarrollado del poeta latino Lucrecio sobre la cuestión del amor (parte de su gran obra De rerum natura[6]).

10 Precisamente en este punto subrayo inicialmente que de lo escrito sobre la concepción epicúrea del amor, conservamos de los autores griegos unos pocos fragmentos (sin la clarificación de sus respectivos contextos), mientras que de Lucrecio se pudo preservar un tratamiento de este tema a lo largo de unos doscientos cincuenta versos, los que conforman a su vez la última parte de un libro dedicado a la descripción pormenorizada de la psicología[7] (en el marco de un conjunto de hipótesis de carácter fisiológico que parecen seguir fielmente las propuestas originales de Epicuro). Surge entonces el problema de la peculiaridad de Lucrecio (aprox. 99-55 a. C.) como fuente del epicureísmo. Tal cuestión, por cierto, nos lleva al interrogante: ¿Acaso Lucrecio es el discípulo reproduciendo los pensamientos del maestro?, ¿o es el poeta excepcional quien, al revisar la doctrina epicúrea, expone sobre todo sus propias dudas y dificultades[8]?

11 Ahora bien, es hacia el final del libro cuarto que Lucrecio emprende lo que llegó a ser conocido como su famoso “ataque al amor” (RN, IV, vv. 1037-1287). En ese marco, tal como remarcó Knut Kleve, “la vehemencia del ataque ha sido a menudo interpretada como una consecuencia de la experiencia personal del poeta. La anécdota del filtro, tal cual fue contada por san Jerónimo, es frecuentemente citada en apoyo de esta teoría”[9]. Inclusive sir Cyril Bailey (1871-1957), que en general estaba convencido de que Lucrecio, en materia filosófica, no hizo sino volver a exponer de manera estricta la doctrina de Epicuro, duda con respecto a este punto[10]. Según él, Lucrecio sería mucho más absoluto que su maestro en su rechazo de la concepción del amor como pasión. Por otra parte, Bailey sostiene que el poeta latino es más moderado que su referente en cuanto a la aceptación del acto sexual como mera satisfacción de un deseo. Además, Epicuro –siempre según la interpretación de Bailey- sería más ascético. Otros especialistas van más lejos, sin embargo si corresponde atribuir una importancia peculiar a la opinión de Bailey es porque, más que cualquier otro, nos parece capaz de influir en la opinión general al respecto.

12 De este modo, conviene cotejar los textos de autores helénicos, desde Epicuro (341 a.C.- 271 a.C.) a Filodemo[11] (110 - 40/35 a. C.)[12] con los de Lucrecio a fin de esclarecer las tesis principales de la doctrina erótica del epicureísmo.

13 Como ya adelantamos, Diógenes Laercio nos testimonia que Epicuro ha escrito un tratado Sobre el amor (Περι έρωτος), D. L., X, 27). Este texto, sin embargo, permanece hasta la actualidad perdido, como también el conjunto de las obras que escribieron todos los discípulos directos especialmente sobre esta misma materia. No obstante esa situación, se conservan algunos pocos fragmentos, aunque sí cabe advertir lo siguiente: los contextos literarios de estos nos son, en general, desconocidos.

14 Comenzamos el análisis de las fuentes con los primeros textos que parecen ser clave. En el resumen que ofrece Diógenes Laercio de las características que la filosofía del Jardín asociaba a la figura del hombre sabio (D.L., X, 117-121) se destaca de partida la advertencia: “de la unión sexual con mujer el sabio se abstendrá cuando lo prohíban las leyes”. Junto a lo anterior, se nos subraya que los epicúreos “dicen que las relaciones sexuales nunca producen alguna ventaja y en el mejor caso no provocan daño”, “no creen tampoco que el amor sea de origen divino”, “opinan que de eso el sabio no ha de ser presa”. Por otro lado, podemos poner de relieve dos de los fragmentos que conforman la colección del filólogo Hermann Usener (1834-1904) que complementan la concepción de la erótica epicúrea: “debemos apreciar lo bello, las virtudes y las cosas de este tipo si producen placer; si no, conviene despreciarlas” (fr. 70 Us.)[13] y “en efecto, no sé siquiera cómo podría yo concebir el bien si suprimiera el placer de la afinidad de contacto, o del sexo, o de los movimientos apacibles que percibe la vista a partir de las formas bellas” (fr. 67 Us.)[14].

15 Proseguimos nuestra revisión con una indicación relativa a Filodemo: el epicúreo escritor de famosos epigramas describió la condición de enamorado con muchas de las imágenes de la tradición literaria de la época helenística. Así pues, describe al anheloso amante que es él con “el alma congelada por la nieve de la Galia” (Τον χιόσι ψυχην Κελτίσι νιφόμενον[15]), mientras pide auxilio a Venus (Κύπρις)[16] –invocada en aras del sexo y del placer- para obtener el amor de una mujer (Ναϊας); aunque, por otro lado, se identifica a sí mismo –Φιλόδημος[17]- por ser aficionado (φίλος) a enamorarse de las jóvenes de nombre Δήμος[18]. Se trata a la vez de testimoniar el posible paso de una enamorada a otra, aun cuando sea bajo el mismo nombre. De ese modo, se da lugar ahora a una pasión pasajera, tornadiza y cambiante; es decir, algo que ya no es exclusivo, por lo cual no apresa ni esclaviza[19].

16 Lo que deseo subrayar es que habitualmente los pocos trabajos existentes sobre la concepción erótica epicúrea han tomado como única base estos fragmentos (incluidas aquellas referencias a escolios por parte de autores en clara oposición a la doctrina del Jardín, quienes muchas veces sacan de contexto las frases atribuidas a los epicúreos y les asignan una especial connotación negativa). Así pues, a partir de este conocimiento defectuoso e insuficiente es que autores importantes[20] intentan explicar la posterior concepción del amor planteada por el autor del De rerum Natura. Tomando lo fragmentario como base, se proponen ir hacia lo más desarrollado. Ahora bien, según mi parecer, es preferible elegir el procedimiento inverso, es decir, servirse de Lucrecio como punto de partida e intentar ordenar los fragmentos más antiguos por referencia a él y a su gran obra[21]. Si este método nos permite incorporar, espontánea e integralmente, los fragmentos que hemos recibido de otros epicúreos, en la perspectiva de Lucrecio, sin que se contravengan los fundamentos principales de la filosofía epicúrea, entonces este procedimiento nos aportará un indicio indiscutible de que el poeta latino hizo una exposición coherente y correcta de la actitud epicúrea en lo que se refiere al amor.

17 En la obra De rerum natura, se trata específicamente de lo erótico, en el libro IV, versos 1037 a 1287[22]. Ahí, se plantea inicialmente como tema la génesis del amor –antes Éros- y, en suma, se describe éste diversamente; por un lado, nace como motriz ardor o pasión que despierta la excitación y provoca una dolorosa “herida de amor” –saucia amore-, causa del rápido enamoramiento, algo obstinado, ciego e ilusorio; por otro, se retrata como lento sentimiento indulgente, surgido gradualmente de la costumbre, al compartir el beneficio y el trato apacible.
[1] De acuerdo a sus respectivas formas de surgimiento.

[2] Cf. Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres -Vitae et sententiae philosophorum- (en 10 libros), cuyo libro X se dedicó a exponer datos biográficos de Epicuro y rasgos generales de su doctrina, títulos de sus obras y además cartas originales dirigidas a sus discípulos. Tal libro lo abreviaré: D.L., X. En él, para esta materia, se destacan: Carta a Meneceo (sobre todo D.L., X, 123-4) y las Máximas capitales –ΚΔ- (D.L., X, 138).

[3] Adelanto que se trata de las necesidades sexuales que son naturales y que a veces deben ser satisfechas prontamente, pues en caso contrario, al crear prolongadas tensiones, pueden perturbar el ánimo.

[4] En general, se propondrá sobre todo una medida para el comportamiento referido al impulso sexual y a la imagen de lo amado como imagen predominante y reiterada en la mente del sujeto que ama, en aras a que esta última no tenga un efecto demasiado pernicioso para el amante. Por otro lado, los epicúreos se abstuvieron de hacer defensa incondicional del aspecto institucional del amor y abogaron por relaciones más libres e igualitarias entre los sexos.

[5] Este concepto nos lo preservó Hermias en su Comentario al Fedro 76 (p. 33 11-14 Couvreur).
[6] La gran obra poética de Lucrecio, De rerum natura, en seis libros, es la más extensa fuente con que contamos para reconstituir el epicureísmo. Por otra parte, la obra de Lucrecio y la obra de Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos más ilustres corresponden a las dos fuentes fundamentales para conocer la doctrina epicúrea.

[7] Corresponde, en efecto, a la última parte del libro cuarto (en relación directa con el libro tercero).
Cabe destacar que el De rerum natura de Lucrecio tiene seis libros. Por lo demás, estas diferentes partes, de las cuales se compone el poema, están equilibradamente repartidas en tres grupos de a dos. Así, esta estructura tripartita podríamos ilustrarla con el siguiente esquema:
Sección 1: libro 1: Hipótesis de los elementos básicos: átomos y vacío: únicos componentes
libro 2: características propias de los átomos (la incesante relación entre átomos)
Sección 2: libro 3: el alma es compuesto atómico y mortal (finitud de toda alma)
libro 4: percepción sensible e imaginación (la sensibilidad del alma, la recepción de simulacros)
Sección 3: libro 5: Naturaleza y pluralidad de mundos. Los mundos son finitos
libro 6: fenómenos terrestres y celestes. Sus hipotéticas causas materiales.

[8] Destaco anticipadamente que la supuesta incompatibilidad entre el poeta Lucrecio que ofrece su propio sentir respecto a varias materias y el Lucrecio seguidor de la doctrina filosófica epicúrea fue acentuada sobremanera por Henri Patin en “Du poëme de la nature. L'Antilucrèce chez Lucrèce» en su obra Études sur la poésie latine (Paris 1868).
[9] Cf. ASSOCIATION GUILLAUME BUDE, Actes du VIII congrès, Paris, 1969, presentación de Knut Kleve, p. 376.
Los rumores que inicia San Jerónimo parten con sus adiciones a la Crónica de Eusebio (VII, I). Su fuente parece ser Suetonio.

[10] Cf. Sir Cyril Bailey, sobre la concepción del amor en Lucrecio y en Epicuro: Titi Lucreti Cari de rerum natura libri sex. Edited with Prolegomena, Critical Apparatus, Translation and Commentary by Cyril Bailey, Oxford, 1950, vol. III, p. 1303.

[11] Recomiendo, por ejemplo, la lectura de Philodemus: On Poems. Edited with Introduction, Translation, and Commentary by Richard Janko, aparecida en 2001 (Oxford University Press)

[12] Como se observa, Lucrecio fue contemporáneo de Filodemo –el último de los grandes epicúreos helénicos- y la importancia de ambos por la comparación con los textos directos del maestro radica, en general, en que presumiblemente ambos tuvieron acceso a leer el Περι φΰσεως έπτα τριάκοντα (De la naturaleza, treinta libros), la obra más extensa y analítica de la doctrina epicúrea, en la versión hasta entonces conservada.
[13] Este fragmento, según mi opinión, pone énfasis ciertamente en la clara diferencia respecto a la concepción de lo que se juzga como “bien” por parte del epicureísmo –aquello cuyo prototipo es el placer (ήδονή)- en comparación con otras doctrinas filosóficas de previo desarrollo. Es adecuado también tener en cuenta otros fragmentos que acentúan tal posición. Cito, como ejemplos, los siguientes textos de Epicuro: “yo escupo sobre lo bello y sobre los que vanamente lo admiran, cuando no produce placer alguno” (fr. 512 Us.) y “yo exhorto a placeres duraderos; no a las virtudes vanas y embrolladas que conllevan confusas ilusiones de frutos futuros” (fr. 116 Us.).

[14] Acá Epicuro alude más que a la idea de Bien a las cosas que resultan bienes en relación a nosotros (προς ήμας), o sea, según la utilidad que obtengamos de ellas, y agrupa el goce sexual entre los bienes (τα’γαθόν), junto a otras agradables sensaciones que nunca son urgentes pero sí regocijantes.
[15] Anthologia Palatina, X, 21 = Epigr. VIII, 4 (p. XII Kaibel). Se ilustra con el hielo el estado de inactividad o parálisis de quien es presa de la pasión predominante, como anhelo de una imagen de mujer, tal como si se hubiera tornado gélido el pecho. Otras imágenes usadas en epigramas del período helenístico fueron: el dardo del amor clavado en el corazón o el veneno que inocula en la carne la abeja. Tales imágenes aparecen frecuentemente en la Anthologia Palatina. Ésta corresponde a una colección de epigramas helenísticos; esto es, surgidos en el periodo de la historia que comienza con la muerte de Alejandro Magno (323 a.C.) y termina hacia el 100 a. C. Son breves poemas, de dos a ocho versos en general, rara vez más extensos, escritos para ser grabados en inscripciones normalmente de tipo sepulcral o votivo, aunque el epigrama erótico, en especial, terminó por constituir un género muy importante. En la misma colección se incluye una tardía escuela sirio-fenicia de la cual, según se consideró, Filodemo formaba parte.
[16] Algo que resultará una llamativa manera de expresión en vistas a nuestro desarrollo ulterior es que Filodemo exclama textualmente: “Κύπρι… σωζέ με”; esto es, “Venus, sáname”. La noción de hombre sano –en latín sanus- será, en efecto, importante en este trabajo. Cf. Anthologia Palatina, X, 21 (v. 7).

[17] Ήράσθεν Δήμνϋς Παφίης γένος ϋο μέγα θαϋμα / καί Σαμίης Δήμνϋς δευτέρον ούχί μέγα καί πάλι Ναξιακής Δήμνϋς τρίτον οϋκέτι ταϋτα / παίγνια καί Δήμνϋς τέτρατον Άργολίδος / αϋται που Μοϊραί με κατωνόμασαν Φιλόδημον / ώς άιεί Δήμνϋς θερμος έχει με πόθος. Este epigrama de Filodemo aparece comentado en Vol. I, p. 182, de The Greek Anthology, editado por Loeb Classical Library por W. R. Paton, texto publicado en 1916.

[18] El texto de Filodemo alude al hecho de haberse enamorado de cuatro mujeres cuyo nombre era Δήμος (distinguidas por sus lugares de origen: Paphos, Samos, Nysiake y Argos). Por otra parte, quizá hay implícita la broma consistente en identificarse como quien gusta (φίλος) de lo popular (δημοτικός), de la mujer vulgar (δημώδης) e incluso de la gordura (δημός). Otro punto importante es que el autor parece irónicamente referirse a una fatalidad o destino de carácter propio –cuya representación se asigna a las Moiras-, algo que lo somete necesaria e inexpugnablemente a un nombre, tomando siempre posesión de uno la ardiente pasión. Este fragmento (epigrama) ha sido además de mucho interés por la posible conexión psicoanalítica que involucra (al dar cuenta de un caso de determinación en la conducta por un elemento inconsciente: el nombre que atrapa al sujeto. Puede leerse sobre esto el libro del psicoanalista René Major, De l’élection, que se dedica a mostrar que la vida de cada cual está determinada por el significado de su nombre). Cf. Nunn, T.P. (1929). “The Fatal Name: An Epigram of Philodemus”, The Inernational. Journal of Psychoanalysis, 10:97-98, un incitante estudio al respecto

[19] Cf. Filodemo: epigr. I (Anthologia Palatina, V, 46 = p. VII, Kaibel). Este punto destacado nos lo encontramos en el primer epigrama de Filodemo. En él ocurre entre una mujer y un hombre un encuentro fortuito; consienten en cuanto al dinero; ella no lo retiene (ambos permanecen desapegados, andariegos, “errantes” libremente). Se trata de algo que defenderá bastante Filodemo y que apareció antes en algunos epigramas de la época helenística. Hay tal vez en esa imagen una defensa del amor efímero, de la naturalidad de lo erótico, de lo asequible del placer sexual, del temple libertino y del beneficio procurado a la comunidad por la έταιρα (en especial de la mujer de la calle, la mujer que da vueltas y que ofrece placer). Ella dará lugar posteriormente al canto de la plebeia Venus y luego de las scortae erraticae o ambulatrices. En el desarrollo de esto cabe mencionar la importancia de la distinción de lo erótico (entre ούράνιος –del cielo-y πάνδημος –del pueblo-, lo que se extendió entre los romanos a la doble pintura de Venus (como Eros). Junto a lo anterior, con el tiempo se ligó a lo πανδήμιος –lo que va por todos los pueblos, lo que circula y pasa- en una época en que acontece el fenómeno del miedo y la condena social que despiertan los peregrinos venidos del Asia menor -errantes y vagi-, quienes solían rondar los caminos (cursi) y tabernas (tavernae), pues se representaban sobre todo como personajes entregados a la embriaguez y al comercio con prostitutas o mujeres “carnales” (pornaí, meretrices). Más adelante, examinaré una relación posible entre este fenómeno y el adjetivo compuesto vulgivaga –de vulgus y vaga- empleado por Lucrecio (RN, IV, 1071).

[20] Cf. sobre la concepción del amor en Lucrecio y en Epicuro: C. Bailey, Titi Lucreti Cari de rerum natura libri sex. Edited with Prolegomena, Critical Apparatus, Translation and Commentary by Cyril Bailey, Oxford, 1950, vol. III, p. 1303; H.J.G. Patin, Antilucrèce en Lucrèce, 1868; Plutarco, Cuestiones convivales, 653 F -654 B (frg. 61 Usener); Plutarco, Eroticos 767. Muy interesante es la lectura, al respecto, de R. Flacelière, Les Épicuriens et l’amour, en Revue des Études grecques, LXVII, 1954, p. 69-81.

[21] Sigo aquí la brillante sugerencia de Knut Kleve (Bergen), en « Lucrèce, l’épicurisme et l’amour », ASSOCIATION GUILLAUME BUDE, Actes du VIII congrès, Paris, 1969, p. 376.

[22] El desarrollo de la cuestión erótica en el libro IV comprende entonces 251 versos. Además, hay una breve introducción -en los versos 1030 a 1036- a la cuestión sobre el semen (humor asociado a lo erótico) y la excitación que se da en el adolescente a partir de ensoñaciones. Se trata de las llamadas “poluciones” durante el sueño. Es en ese marco en que se conecta la percepción imaginaria -de simulacros-, las ensoñaciones, el influjo en los sistemas sensibles del cuerpo del perceptor, y la génesis física del deseo sexual (como excitación o conmoción que reacciona al contacto de simulacros muy sutiles y confusos).

This entry was posted on 26 abril 2009 at 18:28 . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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