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Apéndice: acerca del duelo y la conmemoración entre los amigos.
Hay en la obra conservada de Epíkouros referencias directas a la relación amistosa que enfrenta la muerte de uno de los amigos. Al respecto, Carlos García Gual destaca que entre los compañeros del képos (jardín) “la desaparición de los amigos muertos no es motivo de irreparable dolor”[1]. En este punto clave, según nuestra opinión, convergen dos tesis originales del hedonismo epicúreo: la negatividad insensible de la muerte y la sensible perdurabilidad del vínculo afectuoso[2], caracterizada por lo positivo de una vitalidad afirmativa. Precisamente, ambas consideraciones son de fundamental importancia y, en efecto, se remarcan en el sistema doctrinal. Así pues, “Nada es la muerte en lo relativo a nosotros”[3], y “nada terrible hay en el vivir para quien ha comprendido ciertamente que nada terrible hay en no vivir[4]”. Por otra parte, “placentera es la memoria de un amigo que ha muerto”.
En este sentido, la doctrina física y su desarrollo psicológico permiten al refinado sistema epicúreo sostener un contrapunto paradójico[5] y excitante: mientras la muerte, en sí misma, es pura falta de sensación y no conlleva algún sentimiento de dolor (por lo que se ubica fuera del rango de lo que puede experimentarse, con fundamento, como trauma o miedo), la amistad siempre implica una actividad de la memoria, en el grado máximo de su eficiencia. Ella es, de suyo, la restauración del marco que delimita la satisfactoria base de buena fe respecto a la convivencia humana. Por consiguiente, la física epicúrea enseña que la muerte carece de influencia sobre el alma, pues coincide con la absoluta falta de reacción anímica; entretanto, la amistad es una poderosa y productiva operación humana, en la cual el alma, por la simpatía, da lugar a una extrema sensibilidad, orientada de continuo a recordar y proyectar placer, lo cual coincide con una atenta y cuidadosa reflexión de los afectos.
Ante la eventual desaparición del amigo, el epicúreo, quien conoce que esa pérdida es irremediable, continúa evocándolo en el recuerdo. Hay, pues, una conciencia del cariz psicológico del bienestar amistoso y una especie de administración de los motivos salutíferos con que cuenta la memoria. Justamente, porque el recuerdo de los momentos felices es motivo placentero, “aquellos que tuvieron la capacidad de lograr la máxima confianza en quienes los acompañaron, logran así vivir en sociedad del modo más agradable. Pero aun teniendo la más plena familiaridad, no lloran como apresurada la partida del que ha muerto” (K. D. XL).
A la muerte, evidentemente, no corresponde juzgarla. Epíkouros lo sabe y lo reitera en sus consejos. Cualquier opinión que atribuyéramos a ella, le sería impropia y relativamente proyectada. Ya que la muerte habrá de acontecer de modo indefectible[6], cualquiera de sus diversas calificaciones tiende, por rodeos, a decorarla o a soslayarla. La amistad, sin embargo, es experiencia realizable, ceremonia ritualizada en vistas a la consagración entre mortales[7]. Pues sólo ante el horizonte de la muerte, los seres vivos (finitos y frágilmente pasionales) pueden sembrar y cultivar la philía.
[1] García Gual, C., Epicuro, Alianza Editorial, Madrid, 1985, p. 217.
[2] Esto equivale a señalar dos consideraciones motrices: la muerte no es de suyo motivo de dolor y sí es posible, mientras vivo, celebrar la amistad, no obstante que el amigo haya muerto.
[3] Cf. D.L., X, 125 y KD II (M.C. 2).
[4] Cf. D.L., X, 125.
[5] Hemos calificado de “paradójico” el hecho de que el punto de vista epicúreo se opone ciertamente a la opinión común que asocia a la muerte una maléfica influencia y liga a la amistad, una duración restringida y una dificultad tan problemática que la vuelve apenas realizable.
[6] Surgiendo como inexorable posibilidad, en cada organismo sensible desde la instancia de su nacimiento; dándose como un variable e ineluctable pie forzado de la vida. Con todo, esta analogía nos remarca que en el vibrante arte de la vida, el artista jamás resentirá, naturalmente, su fin.
[7] Es quizá ésta la dimensión piadosa de la amistad epicúrea, o sea, el punto que mejor rescata el modelo ético del ser divino (aquél que permanece contento e incorruptible). En el obrar de la amistad, se favorece que el amigo –más allá de su muerte- viva como un dios entre los hombres. Así pues, hay una exhortación: hacer que la compañía del amigo logre trascender su muerte. He aquí, según nuestro comentario, un motivo característico y principal de la philía epicúrea.
Hay en la obra conservada de Epíkouros referencias directas a la relación amistosa que enfrenta la muerte de uno de los amigos. Al respecto, Carlos García Gual destaca que entre los compañeros del képos (jardín) “la desaparición de los amigos muertos no es motivo de irreparable dolor”[1]. En este punto clave, según nuestra opinión, convergen dos tesis originales del hedonismo epicúreo: la negatividad insensible de la muerte y la sensible perdurabilidad del vínculo afectuoso[2], caracterizada por lo positivo de una vitalidad afirmativa. Precisamente, ambas consideraciones son de fundamental importancia y, en efecto, se remarcan en el sistema doctrinal. Así pues, “Nada es la muerte en lo relativo a nosotros”[3], y “nada terrible hay en el vivir para quien ha comprendido ciertamente que nada terrible hay en no vivir[4]”. Por otra parte, “placentera es la memoria de un amigo que ha muerto”.
En este sentido, la doctrina física y su desarrollo psicológico permiten al refinado sistema epicúreo sostener un contrapunto paradójico[5] y excitante: mientras la muerte, en sí misma, es pura falta de sensación y no conlleva algún sentimiento de dolor (por lo que se ubica fuera del rango de lo que puede experimentarse, con fundamento, como trauma o miedo), la amistad siempre implica una actividad de la memoria, en el grado máximo de su eficiencia. Ella es, de suyo, la restauración del marco que delimita la satisfactoria base de buena fe respecto a la convivencia humana. Por consiguiente, la física epicúrea enseña que la muerte carece de influencia sobre el alma, pues coincide con la absoluta falta de reacción anímica; entretanto, la amistad es una poderosa y productiva operación humana, en la cual el alma, por la simpatía, da lugar a una extrema sensibilidad, orientada de continuo a recordar y proyectar placer, lo cual coincide con una atenta y cuidadosa reflexión de los afectos.
Ante la eventual desaparición del amigo, el epicúreo, quien conoce que esa pérdida es irremediable, continúa evocándolo en el recuerdo. Hay, pues, una conciencia del cariz psicológico del bienestar amistoso y una especie de administración de los motivos salutíferos con que cuenta la memoria. Justamente, porque el recuerdo de los momentos felices es motivo placentero, “aquellos que tuvieron la capacidad de lograr la máxima confianza en quienes los acompañaron, logran así vivir en sociedad del modo más agradable. Pero aun teniendo la más plena familiaridad, no lloran como apresurada la partida del
A la muerte, evidentemente, no corresponde juzgarla. Epíkouros lo sabe y lo reitera en sus consejos. Cualquier opinión que atribuyéramos a ella, le sería impropia y relativamente proyectada. Ya que la muerte habrá de acontecer de modo indefectible[6], cualquiera de sus diversas calificaciones tiende, por rodeos, a decorarla o a soslayarla. La amistad, sin embargo, es experiencia realizable, ceremonia ritualizada en vistas a la consagración entre mortales[7]. Pues sólo ante el horizonte de la muerte, los seres vivos (finitos y frágilmente pasionales) pueden sembrar y cultivar la philía.
[1] García Gual, C., Epicuro, Alianza Editorial, Madrid, 1985, p. 217.
[2] Esto equivale a señalar dos consideraciones motrices: la muerte no es de suyo motivo de dolor y sí es posible, mientras vivo, celebrar la amistad, no obstante que el amigo haya muerto.
[3] Cf. D.L., X, 125 y KD II (M.C. 2).
[4] Cf. D.L., X, 125.
[5] Hemos calificado de “paradójico” el hecho de que el punto de vista epicúreo se opone ciertamente a la opinión común que asocia a la muerte una maléfica influencia y liga a la amistad, una duración restringida y una dificultad tan problemática que la vuelve apenas realizable.
[6] Surgiendo como inexorable posibilidad, en cada organismo sensible desde la instancia de su nacimiento; dándose como un variable e ineluctable pie forzado de la vida. Con todo, esta analogía nos remarca que en el vibrante arte de la vida, el artista jamás resentirá, naturalmente, su fin.
[7] Es quizá ésta la dimensión piadosa de la amistad epicúrea, o sea, el punto que mejor rescata el modelo ético del ser divino (aquél que permanece contento e incorruptible). En el obrar de la amistad, se favorece que el amigo –más allá de su muerte- viva como un dios entre los hombres. Así pues, hay una exhortación: hacer que la compañía del amigo logre trascender su muerte. He aquí, según nuestro comentario, un motivo característico y principal de la philía epicúrea.
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on 30 marzo 2009
at 18:12
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