La Philía epicúrea. Preludio 10

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Finalmente, queda recordar que el culto de la amistad fue practicado por el propio maestro y sus adeptos ejemplarmente[1]. Cicero, en consecuencia, testimonia que Epíkouros “elevó la amistad hasta el cielo con su glorificación”, y “no sólo de palabra, sino que la afirmó mucho más con sus actos, sus hábitos y su vida” (fr. 539 Us.)[2].
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Apéndice. Un fragmento sobre diversas teorías en torno a la amistad epicúrea.

“Yo[3] noto que sobre la amistad, ha habido, en nuestra escuela, tres opiniones diferentes. Según unos, el placer que se da a nuestros amigos no es buscado por sí mismo, sino que buscamos nuestro propio placer. Ahora bien, aunque conforme a esta tesis la amistad no tiene una base sólida, se trata de una tesis que tiene sus seguidores, los cuales, según mi opinión, se libran demasiado fácilmente de lo problemático en ella. Al parecer, eso se hace del siguiente modo: tal como se dice que las virtudes son inseparables del placer; la amistad, según dicen, es inseparable del placer. La vida de un hombre aislado y sin amigos está expuesta continuamente a amenazas y peligros, por lo que la prudencia nos aconseja procurarnos amigos. Cuando se consiguen amigos, nuestra alma se siente tranquila y con la esperanza de alcanzar nuevos placeres su bienestar no puede ser mayor. Además, por el hecho de que el odio, los celos, las muestras de desprecio son obstáculos para el placer, en las amistades no basta con ofrecer al placer la garantía más fidedigna, pues éstas hacen nacer también, tanto para nuestros amigos como para nosotros mismos, la esperanza del futuro beneficio, lo que permite proyectar la alegría presente en la tranquilidad respecto al porvenir. Tal esperanza, en vez de ser lejana, es algo inmediato. Así pues, ya que es absolutamente imposible, sin la amistad, conseguir el disfrute sereno y duradero de una vida plena, es que se ha señalado en otra parte que la amistad se conserva sólo si amamos a nuestros amigos tanto como a nosotros mismos, lo que explican la igualdad de afectos en la amistad y la relación que hay entre el placer y la amistad. Porque es ella la que permite que nos regocijemos de la alegría de nuestros amigos tanto como de la nuestra, y que suframos, de manera semejante, con sus penas. Por consiguiente, el sabio abarcará en un mismo afecto los intereses del amigo y los suyos propios; y todas las dificultades que haya que enfrentar para procurarse a sí mismo el placer, las enfrentará también para proveer de placer a su amigo. He aquí que lo que he dicho sobre las virtudes, para mostrar de qué manera ellas son solidarias con el placer, debe además asociarse a la amistad. Pues ya lo afirmó Epíkouros, a quien sigo en los siguientes términos: “el mismo conocimiento que ha enseñado al alma que nada hay terrible que sea eterno o de larga duración, ha señalado que dentro de los límites mismos de la vida, la seguridad alcanza su máxima medida en la amistad” (K. D. XXVIII).

Otros epicúreos, que se dejaron influir por vuestros propios discursos, aunque no exentos de cierta agudeza, creyeron que, si la amistad debe ser buscada en interés del propio placer; no implica que la amistad, en su conjunto, presente algún defecto. Por lo mismo, dicen lo siguiente: al comienzo, cuando se entra en relación, cuando hay acercamiento, cuando se busca establecer un lazo familiar, se hace a causa del placer; pero cuando con el desarrollo del intercambio se ha creado un trato íntimo, entonces florece un afecto tan grande que, aun cuando la amistad no aporte mayor ventaja, los amigos se vinculan, conforme al afecto que se tienen, por ellos mismos. Si en efecto surge un apego con ciertos lugares, santuarios, ciudades, gimnasios, un sitio de ejercicios, o con perros o caballos que se vuelvan objeto de afecto por la costumbre de cazar con ellos, ¿cuánto más fácil y más legítimamente se podrá producir por la habitual relación entre los seres humanos?

Finalmente, algunos epicúreos dicen que se forma entre los hombres sabios una especie de pacto, que los compromete a amar a sus amigos como a ellos mismos. Que un contrato semejante puede hacerse, es algo que entendemos y de lo cual varias veces hemos sido testigos; y creemos evidente que nada hay más acorde a la vida que una relación de ese tipo. Por todos estos puntos, es posible concluir que no se invalida la razón de ser de la amistad al identificar el placer con el supremo bien, sino por el contrario, sin tal asociación, el nacimiento de la amistad sería del todo inexplicable.
(Cicero, De los límites del bien y del mal, I, 66-70).


[1] Cf. García Gual, C., Epicuro, Alianza editorial, Madrid, 1985, p. 215.

[2] Cf. Diogénes Laértios, X, 9: “hay bastantes testimonios de su increíble ecuanimidad hacia todos: su patria, la cual lo honró con veinte monumentos de bronces, todos sus amigos, tan numerosos que ciudades enteras no alcanzarían a albergarlos, y sus discípulos, que se mantuvieron fieles a su doctrina […], también la continua sucesión de su escuela, la única que ha subsistido, mientras todas las otras ya se cerraron, puesto que siempre hubo incontables discípulos para sucederse los unos a los otros. Así pues, aun hoy se reconoce su filial afecto, su equitativa beneficencia hacia sus hermanos, su afabilidad hacia los siervos, puesta en evidencia en su testamento y por el hecho de que admitió en su enseñanza filosófica a su criado Mus […]”. En síntesis, él fue un amigo para todos los hombres ”.
[3] Es el epicúreo Torquatus (un amigo del autor) quien habla en el texto de Cicero, dirigiéndose a éste.

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