La Philía epicúrea. Preludio 18

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Proseguimos nuestra revisión con una bellísima máxima, la connotada SV 52 (G.V. LII)[1]:
“La amistad danza en torno a la habitada tierra, exhortándonos a todos a que nos levantemos en vistas de la alegría[2]”.

La invitación epicúrea recuerda: la amistad danza en torno al mundo, como alrededor de un altar, llamándonos a despertar, para así promover su culto. Los hombres, al menos los de entre aquellos que son amigos, son convocados a ocuparse en la consagración de la amistad. No es que se oriente a un culto universal de lo divino, a la manera de algunos estoicos. El mensaje es otro[3]: el reconocimiento de la alegría en el presente. Y es que la philía no sólo marca límites o realiza favores. Cultivar la amistad es entrar a un círculo felicífero, un nuevo asentamiento en la morada, para luego esclarecer la accesible finalidad de nuestra conducta: el contento ecuménico o comunitario que procura a sus integrantes el lazo afectivo, la amistad, un vínculo que no obliga sin aliviar. La ronda que conforman los amigos está expedita a todos. Tal es lo que recuerda la sentencia.

Nuestro examen de las máximas de la amistad es prolongado con la particular SV 56 (Gnomologium LVI):
“Si el sabio es torturado no sufre más que si su amigo es sometido a tortura”.
En efecto, se trata de la abreviada versión epicúrea del aristotélico philautós, asociado aquí también a una especie de páthos de autodistanciamiento. Estamos de acuerdo con la observación de Oyarzún, cuando afirma que el sentido de esta sentencia no estriba especialmente en la compasión, pues el acento no está en la identificación con el sufrimiento del otro (se remarca sobre todo un modelo de percepción y apreciación del propio daño). Su clave la da la cláusula “domeneýs: D.L., X, 22).

Pasamos después a la SV 61 (GV LXI):
“Bellísima también es la visión de los que nos son próximos, cuando los primeros vínculos de afinidad dan lugar a la comunión de pensamiento, o producen mucha inclinación a ésta[4]”.

Mucho se ha discutido sobre si “los primeros vínculos de afinidad” (tês prótes syngeneías) se refieren a lazos familiares (syngeneía significa, efectivamente, “parentesco”). Advertimos que en tal caso, Epíkouros consideraría que el parentesco aporta un plus a la presencia del prójimo (plesíos)[5]. Ahora bien, pareciera poco plausible una vindicación de la familia[6] en el contexto del epicureísmo (ya hemos destacado la opinión negativa, al respecto, en los textos de Demókritos, tan influyente sobre el atomista de Sámos), más aun si con ella se quisiera insinuar que la amistad —de suyo plena— puede verse realzada por la pertenencia de los amigos a ese tipo de vínculo (distintivo). En tal sentido, conviene atender a que la relación que se menciona es “primaria” (próte), un acercamiento prototípico. Siguiendo su línea, podría interpretarse que la syngeneía en cuestión es más bien una básica afinidad de caracteres, que permite despertar la “comunidad de sentir” (homonooúses). Encontramos, pues, que ese “primer congeniar”, o bien trae el gradual surgimiento de la amistad (la mencionada comunidad de sentir es un rasgo principal de ésta), o bien estimula el esfuerzo por construir tal “comunión”. La syngeneía, por cierto, viene a ser la semilla de la afinidad amistosa.

Pasemos ahora al breve comentario de la SV 66 (GV LXVI), donde se nos exhorta a lo siguiente:
“Sintamos simpatía con los amigos, no lamentándonos, sino discerniendo ”.
Tal es el uso afectivo de la amistad. Luego de recalcar la afinidad –syngeneía- primera, la philía requiere un ejercicio cuidadoso por el cual los amigos simpaticen sin proyectar entre sí los lamentos. La amistad –tal como la filosofía- es una continua actividad, un discernimiento del marco natural y acotado de nuestras necesidades, las que conviene reconocer, satisfacer, disfrutar y agradecer. No a la queja, pues, sino a las gracias de la vida conduce la amistad epicúrea. De esa manera, el “simpaticemos” (sympathômen[7]…) de que se habla aquí no pone el acento sobre la pena o el dolor (dando lugar a un exceso patético), y no consiste en la plañidera participación en el sufrimiento del otro (lo cual entraña un desconocimiento de los límites y una falta de contención emotiva), sino que refiere a una estable y nivelada sensibilidad y a la capacidad de solidarizar con el amigo o la amiga en prosecución del placer, por medio de la reflexión y el consejo que tienden mantener el equilibrio afectivo para no perder de vista tanto el disfrute en los límites de la vida como la serena y recta actitud ante la muerte eventual.

Para terminar con nuestra presentación de las máximas de la amistad, revisaremos la emblemática SV 78[8], cuya significación se ha prestado a diversos enfoques.
SV 78: “El hombre bien concebido se entrega sobre todo a la sabiduría y a la amistad: de éstas, una es un bien mortal; la otra, un bien inmortal[9]”.


[1] Entre las Sentencias Vaticanas que van de la 40 a la 51, destacamos la conexión con nuestro tema que se advierte en las SV 41, 44, 45 (GV XLI-XLIV-XLV). A continuación, las comentamos brevemente:
SV 41: “Conviene, al mismo tiempo, filosofar y reír, administrar la morada y hacer uso de todas las demás cosas que nos son propias, no cesando nunca de promover las máximas de la recta filosofía”.
Como ha remarcado Pablo Oyarzún en su comentario a las SV (cf. Epicuro. Textos de ética, en el marco del proyecto Fondecyt 1971139), “la significación que el epicureísmo atribuye a la risa es crucial: ya lo sugiere este comienzo, que vincula estrechamente jovialidad y filosofía. Esta risa es, sin embargo, de signo doble: en ella se expresa, por una parte, el contentamiento beatífico (y contagioso) del sabio que ha alcanzado la tranquilidad y la comparte con sus amigos (no es ésta, ciertamente, una risa solitaria), y, por otra, la depreciación crítica de las opiniones de “los más” que conforman el vulgo y de las extravagancias de “los menos” que se agrupan en las otras escuelas filosóficas”. Así, tal como la sabiduría y la amistad son correlativas, el filosofar y el reír se realizan conjuntamente, como continuas operaciones, del todo consecuentes al ánimo sereno; entretanto la administración de la morada (cuyo modelo es quizá el Jardín o Képos epicúreo) alude a la sensata economía que gobierna la vida en el marco de la comunidad de amigos. Por otra parte, el usar (khreîn) indica, como su equivalente romano uti, el extraer beneficio de algo sin por eso consumirlo exclusivamente ni apropiárselo recelosamente. De ahí que tanto los consejos sobre erótica y amistad promuevan justamente las prácticas del uso comunitario: atender a los deseos, delimitar lo necesario entre ellos, compartir y aliviarse con otros, convivir plácidamente y evitar el dolor asociado al aislamiento, a la insatisfacción y a la incertidumbre respecto al futuro. La risa filosófica, entre los epicúreos, será un efecto resultante del cuádruple remedio (síntesis esquemática de la recta doctrina ética).

SV, 44: “El sabio, enfrentado a las necesidades, sabe más, en el reparto, dar que tomar: tan grande es el tesoro de la autosuficiencia que ha encontrado”.
El sabio –sophós- (modelo epicúreo de sensatez –phrónesis-) también afronta necesidades. Sin embargo, lo caracteriza el discernimiento (epilogismós) y la ponderación (symmétresis) de las circunstancias. Por otro lado, su modo de vida conlleva un mesurado cuidado de sí y una preciosa autosuficiencia –autárkeia- que señala ejemplarmente la benevolente y generosa solidaridad del amigo, esto es, de quien actúa a fin de complacerse en uso de la amistad, como parte de la comunidad de los hombres que se satisfacen juntos, procurándose entre sí los mejores placeres y la mayor gratitud.
SV, 45: “No son fanfarrones, ni artistas de la palabra, ni unos que hacen ostentación de cultura, que los más consideran algo por lo que vale la pena esforzarse, aquéllos a los que prepara el estudio de la naturaleza, sino hombres confiados e independientes, y que se enorgullecen de sus bienes propios, no de aquéllos que se deben a lo accidental”.
Esta es la condensada descripción de los atentos seguidores de la recta doctrina, los miembros de la apacible comunidad de amigos.

[2] He philía perikhoreúei tèn oikoúmenen kerýtousa dè pâsin hemîn egeiresthaî epì tòn makarismón.
La sentencia sostiene literalmente un mensaje: “La amistad recorre danzando el mundo habitado” (He philía perikhoreúei tèn oikoúmenen), lo cual también implica un específico modo: “como un heraldo proclama” (kerýtousa dè). Su testimonio sugiere”que despertemos todos a la celebración de la felicidad” (pâsin hemîn egeiresthaî epì tòn makarismón).


[3] La sentencia sostiene literalmente un mensaje: “La amistad recorre danzando el mundo habitado” (He philía perikhoreúei tèn oikoúmenen), lo cual también implica un específico modo: “como un heraldo proclama” (kerýtousa dè). Su testimonio sugiere”que despertemos todos a la celebración de la felicidad” (pâsin hemîn egeiresthaî epì tòn makarismón). El uso de vocablos que refieren a los cultos religiosos y a una piadosa conmemoración (a la manera de un evangelio) nos parece, por lo demás, ostensible.

[4]Kallíste he kaì he tôn plesíon ópsis tès prótes syngeneías homonooúses he eî pollèn eîs toûto poiouménes spoudén”. Optamos por seguir las correcciones que indica el texto que edita Von der Muhl.

[5] En este punto sigo nuevamente al profesor Pablo Oyarzún y su respectivo comentario a las Sentencias Vaticanas.

[6] Así, se trata de “la visión de los que nos son más cercanos”, según traduce he tôn plesíon ópsis el R. P. Festugière (op. cit., p. 60).

[7] Cf. nota 17 del presente escrito.

[8] Entre las restantes Sentencias Vaticanas, queremos poner de relieve dos: la SV 70 y la SV 79.
SV 70: “Que no hagas nada en tu vida que te traiga el temor si llega a ser conocido por tu vecino”.
SV 79: “El no perturbado no es carga ni para sí ni para los otros”.
Se trata de dos máximas que exhortan a una conducta desprovista de perturbación (tarakhés) y de temor (phobós). Para tal cometido, recomendable es el trato justo (tò díkaion) con los demás hombres (como base de la vida social, cf. MC 17) y, sobre todo, ser consecuente con la confianza de la amistad. En relación con este punto, la imagen del amigo (phílos) es también el espejo en que deben reflejarse nuestras acciones, aquel cuya aprobación resulta grata y confortadora. “Hay que escoger a un hombre de bien y tenerlo siempre a nuestra vista, a fin de vivir como si él nos viera” (frg. 210 Us.). Precisamente, ese observador y amistoso testigo era para los discípulos el propio Maestro (Hegemonikón), elegido efectivamente como un amigo ideal. Así pues, “actúa siempre como si te viera Epíkouros”, fue un lema central de la escuela del Jardín.

[9] Los comentadores divergen sobre la cuestión de saber cuál de ambas (la sabiduría /la amistad) es un bien mortal y cuál, un bien inmortal. Ha habido bastante debate sobre la identificación de estos dos bienes. Mientras Arighetti, Diano y Schmid entienden que el bien mortal es la amistad (philía), Bailey, Bignone y Festugière prefieren ver en ésta el bien inmortal. Citamos a continuación dos ejemplos de opiniones contrarias al respecto.
La primera: “C’est l’amitié qui est le bien immortel, du moins d’après Cicéron, De fin., II, 25, 80 […] De même Bailey… : l’amitié est un bien immortel en ce sens qu’elle confère un bonheur analogue à celui des dieux immortels » [Es la amistad el bien inmortal, al menos según se desprende de Cicero De fin., II, 25, 80 […] Incluso Bailey : la amistad es un bien inmortal en el sentido que concede una dicha análoga a la de los dioses inmortales] (Festugière, Épicure et ses dieux, p. 57). La segunda: « Un mort n’est pas mais a été notre ami. La sagesse, au contraire, par la vérité qu’elle enveloppe, se fonde sur ce qui ne saurait périr […]. Toutefois, c’est dans l’amitié périssable que l’on jouit ensemble de la vérité impérissable » [Un muerto no perdura, aunque haya sido nuestro amigo. La sabiduría, al contrario, por la verdad que envuelve, se funda en algo que no muere (…) Sin embargo, es por la perecedera amistad que se disfruta en compañía de la verdad imperecedera] (M. Conche, Épicure: Lettres et Maximes, p. 267, n.2).
Para Oyarzún, entre la afirmación de la sabiduría inmortal y la que asocia la amistad a lo inmortal, parece más fiable la primera opinión. En ese sentido, la SV 10, de Metródoros, es suficientemente explícita en cuanto a señalar cómo, a pesar de la mortalidad, “el hombre que alcanza la sabiduría por medio de las reflexiones sobre la naturaleza puede elevarse por encima de esa condición para alcanzar lo infinito y lo eterno”, mientras Lucretius habla, por su parte, de las palabras de Epíkouros, en que se resume la sabiduría, como “las más dignas de la vida perpetua que jamás ha habido” (De rerum natura, III, 13). Cf. también KD XXVIII, que confronta las cosas de duración infinita con aquéllas que tienen plazo limitado, refiriendo a las primeras la ciencia de la naturaleza (physiología), y a las segundas la amistad (philía), como medios esenciales y respectivos de procurarse la seguridad respecto de ellas.
En cuanto a nuestra interpretación, reconocemos que es posible defender una y otra tesis con interesantes puntos de apoyo. Ahora bien, advertimos que hay dos puntos cuestionables que presentan especial importancia para la cuestión. Los indicamos aquí como interrogantes: ¿acaso es necesario alcanzar la sabiduría –como base- para lograr el vínculo de amistad? y ¿es el gozo de la eterna verdad el fin del perecedero vínculo de la amistad? Creemos que ambos enfoques caen en algo ajeno al espíritu epicúreo, al poner el acento en un sentido tradicional (bastante duro), por el cual se darían inconfundiblemente los conceptos de sophía y philía.
Por otra parte, si atendemos a la SV 78, GV., LXXVIII (ho gennaîos perì sophían kaì philían málista gígnetai ón esti thnetón agathón tò dè athánaton), observamos una estructura sintáctica típica de enumeración (tò de…), aunque la cópula (kaì) y la forma verbal (ón…) tienden a aunar ambos bienes. El hombre sensato, congénitamente bueno, se dedica de preferencia a lo que incluye la sabiduría y la amistad; entre ellas, hay un bien perecible (la sophía, identificable con la experiencia de un individuo) y hay otro bien, el cual incluso puede sobrepasar la muerte. Se trataría del segundo ingrediente de aquello a lo que se entrega el modelo epicúreo: la philía, a cuyo sólido vínculo –le es factible ser cultivado por el recuerdo y la gratitud, a partir de la memoria –sana, amorosa y alegre- (con su benéfico rito conmemorativo). Por cierto, hay un modo, para la comunidad de amigos, de conservar un bien que es fuente de placer, aun más allá de la muerte. Así, la amistad deviene un bien inmortal para aquellos de entre los sensibles seres, filosóficamente capaces de reconsiderar, mientras están vivos, el valor, la utilidad y la ventaja del vínculo, no obstante que el amigo ya no lo perciba.

Mención aparte merece la interpretación de Jean Bollack, quien traduce de la siguiente manera: “El hombre bien nacido deviene verdaderamente lo que es en la sabiduría y la amistad, que son, por una parte, un bien inteligible y, por otra parte, un bien inmortal. Tal traducción él la explica al leer “ho gennaîos perì sophían kaì philían málista gígnetai ón esti noetòn agathón tò dè athánaton” y dar a gígnetai un sentido fuerte, ya que interpreta que el hombre bien nacido -ho gennaîos- es el que ha solido devenir lo que es, por preferir ente todo (málista) la philosophía [para él, la hendíadis: philía-sophía]. Aunque compartimos con Bollack, la inclinación a pensar en relación conjunta la sophía y la philía, nos parece que el intento de discernir entre ambos elementos, a partir del carácter inteligible (noèton) de la primera, cede erróneamente a una perspectiva distante del epicureísmo. Op. cit., 233-234.

This entry was posted on 01 abril 2009 at 21:24 . You can follow any responses to this entry through the comments feed .

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